MEMORIA
HISTORICA DE STA.MA.PETAPA, OAX.
A fines del
siglo XIX no había banda de música en el pueblo; tampoco en los pueblos
vecinos. La más próxima era la de Tehuantepec. Las fiestas profanas
eran amenizadas con la música monótona de una flauta de carrizo y un
tambor La flauta la llamaban “huiilo” y el experto que la tocaba se
llamaba Esteban Mendoza y era apodado “Steba Huiilo”, pues era costumbre poner
a las personas, hombres generalmente, un sobrenombre que denotaba su
ocupación.; así a un asiduo cazador de venados le llamaron “Pedro Nbichina”,
No se conoce
la fecha exacta en que se fundó la banda de música del pueblo; probablemente
fue a principios del siglo XX. Un hombre progresista, don Erasmo C. Hermesdorf,
comerciante, hijo de alemán y de mujer petapense, con el apoyo del sacerdote
Porfirio Tirado, párroco del pueblo, organizó y financió la primera banda
filarmónica, con 23 campesinos que aprendieron
solfeo y a tocar los instrumentos propios de banda, como son: saxofón,
tuba, trombón, clarinete, soprano, trompeta, flauta, tambora, redoblante,
claves, platillos. El instructor de la
Banda fue un maestro músico de Tehuantepec, población que
tenía la mejor banda de música de la región.
Los primeros
músicos del pueblo fueron: Lázaro Orozco López, Francisco Domínguez, Marcelino
Lorenzo, Lucio Morales, Julián silva, Gregorio Girón, Manuel Tonel, Lucio
Vásquez, Ricardo Martínez, Leonardo
Ortiz, Braulio Juárez, Abundio Ruiz, Casimiro Mendoza, Aniceto Hernández,
Laureano Dehesa, Carlos López, Nicanor Lorenzo, Pedro Gutiérrez, Othón Cabrera,
Zenón Villagómez, Albino Ruiz y Leobardo Montero.
(*) Hermesdorf, Gustavo C., Breve Lista de Obras
Recomendables. Edición mimeográfica.
Petapa, Oax. 1970
A mediados del
siglo, la banda tenía ya muy poco integrantes.. La formaban algunos
descendientes de los antiguos filarmónicos y otros aficionados a la música;
Pedro Orozco, bajo; Luis Martínez, trompeta;
Estanislao Vázquez, clarinete; Aurelio Brabilla, batería; Salomón
Ramírez, saxofón; Alfredo Mendoza, soprano; Leopoldo Brabilla, trompeta; Juan Brabilla, tambora; Mateo Vázquez, trombón; Faustino Vázquez,
redoblante. Cien años después de fundada
la banda, a principios del siglo XIX, únicamente quedaban cuatro descendientes
de Lázaro y Pedro Orozco: Fleury, Víctor José y Lázaro.; fallecidos los dos
primeros, actualmente sobreviven José,
hijo de Pedro, y Lázaro, nieto del fundador del mismo nombre, los únicos
sostenedores de la tradición musical. Es necesaria una acción relevante para
renovar la tradición de una banda bien reconocida por sus méritos como lo fue
en la región la banda de música de
Petapa.
EL MESTIZAJE.
Actualmente es
difícil o casi imposible encontrar en
Petapa tipos indígenas
autóctonos; al igual que en la mayor parte del Estado de Oaxaca el mestizaje ha
operado transformando el perfil biológico de los pobladores, de tal manera
que hasta en los poblados más apartados se encuentran individuos con
características de las diversas razas.
Hay regiones, en varias zonas del
Estado, por ejemplo el Istmo de Tehuantepec y la Costa , en que predominan mestizos cuyo físico
recuerda a los nativos del viejo
Continente. El Istmo de Tehuantepec y el pueblo de Petapa, que está situado en
medio de la región ístmica, ha sido el crucero de todos los caminos, y viajeros
de todos los rumbos se han establecido aquí por el comercio, dando origen a un
nutrido mestizaje que ha resultado
realmente benéfico, pues ha conformado
el temperamento y el carácter positivo, libertario y emprendedor del istmeño.
En Petapa lo
mismo se puede encontrar descendientes de la raza negra, que los de raza
blanca, quienes conservan en buen equilibrio las características de ambas etnias junto con las de origen zapoteca. En tiempos de la Colonia la presencia del
elemento español contribuyó al mestizaje en gran proporción; vino después la
invasión francesa y el contingente de
austriacos, argelinos y de otras etnias europeas que formaban el
ejército invasor contribuyó a la mezcla
de sangre. La presencia de los migrantes
de origen africano ó afrocaribeño en el Istmo y particularmente en el
pueblo vecino de El Barrio, aportó su
contribución al mestizaje. Otros
migrantes, alemanes, japoneses, chinos,
coreanos, turcos, libaneses, judíos, ingleses,
que desde el siglo XIX arribaron al Istmo generalmente para dedicarse al
comercio, hicieron crecer la variedad de
tipos humanos en la región. A raíz de la
inauguración del Ferrocarril Nacional de Tehuantepec, a principios del siglo
XIX, el poblado de Rincón Antonio, agencia municipal de Petapa, y el Llano Suchiapa donde se estableció el
principal taller o Casa Redonda del ferrocarril, se constituyeron en la sede de
una numerosa población de inmigrantes de todos los rumbos.
Relatos Históricos de Santa
María Petapa, Oax., escritos por Aurelio
Altamirano Hernández con datos de las entrevistas realizadas a varias personas
del lugar. 1990.
En
el sitio en que actualmente está el Jardín de Niños “Emiliano Zapata”, en el
costado poniente del parque municipal, estuvo la tienda de Samuel Rodríguez, comerciante de origen español, que
caso con Juana Aragòn, nativa del
pueblo. Ocupaba una casa tejabana, de paredes gruesas y pilares en el corredor;
era una de las casas mejor construidas del pueblo, con piso de ladrillo y
puertas dobles reforzadas. Hacia 1940 solo quedaban ruinas de la tienda. El
techo deteriorado, podridos los morillos, las tejas rotas estaban esparcidas en
el piso.
Cuentan
que el dueño abandonó la tienda con todo y mercancía, porque salió huyendo del
pueblo con toda su familia cuando se enteró de que lo iban a matar. Eran
tiempos de revuelta social, las primeras décadas del siglo XX. En una carreta
su familia se trasladó a la estación del ferrocarril Rincón Antonio, conocido antes como Rincón Viejo, en
donde se venera una imagen de San Antonio, y actualmente llamada Matías Romero.
Él. salió a caballo, de noche, bordeando el pueblo por veredas para alcanzar a
los suyos y se trasladaron a Puerto México, hoy Coatzacoalcos,en donde
radicaron en definitiva.
En
ese tiempo en el pueblo había dos partidos: rojo y verde. El rojo predominaba
en las secciones primera y segunda y el verde en las secciones tercera y cuarta
(mismas que ahora se agrupan en solo dos secciones), y Samuel Rodríguez
pertenecía al partido rojo, de filiación liberal, identificada con las gentes
del gobierno; el partido verde tenía sus seguidores en guedxe
dja, la parte alta del pueblo. La mayoría de la población no sabía de
política ni por qué le señalaban un partido a seguir; las mujeres del partido
rojo usaban listón de ese color en las trenzas y los hombres una cinta roja en
el sombrero: Los del partido verde usaban listón y cinta de ese color. (*) La
lucha se centraba en ganar la presidencia municipal y los del partido rojo llevaban ya tiempo en el poder. Había inconformidad, y se hablaba de
levantamiento armado, como ocurría en la mayor parte del país.
En
los años cuarenta todavía estaban en pie
las viejas paredes de adobe y la yerba crecía en lo que fueron las habitaciones
y la tienda. A la hora del recreo salíamos a jugar canicas en los corredores de
la vieja casona. Se veía que había sido
saqueada, por todas partes había regados
clavos, los viejos de antaño, forjados a mano, de corte cuadrangular, no
eran cilíndricos como los de ahora. Las barricas de madera, que seguramente
habían servido para contener líquidos,
aguardiente o mezcal, estaban
desvencijados, los tabletas de madera podridas; únicamente quedaban los aros de
fierro, que nos servían para jugar rodándolos
auxiliados de un gancho de alambre conveniente doblado para empujar el
aro.
Samuel Rodríguez tuvo tres hijos varones. Dos de
ellos, fuera de matrimonio: Gregorio y Delfino; el primero con una señora que
vivía en el rancho Septune y el segundo con otra señora de Santo Domingo. El
hijo que procrearon él y su esposa Juana Aragón, se llamó Ismael, quien más
tarde se significó como un eminente intelectual, maestro y líder social que participó de manera
relevante en la realización de programas sociales de alcance nacional, como
veremos más adelante.
* Información proporcionada
al autor por la señora Teresa Hernàndez Gutiérrez, en los años 50.
La
otra tienda importante del pueblo era la de Erasmo C. Hermesdorf, nativo del
pueblo; hijo de Matías Gustavo Hermesdorf, originario de Alemania, que casò con
Juana Manuela Cortés, nativa del lugar. Don Erasmo, o herr Erasmo, como le llamaban en el pueblo. heredó la actividad
comercial, a la que se dedicaba su padre, La tienda ocupaba un gran espacio de
la casa solariega ubicada en el centro del pueblo, en la actual calle
Independencia. Era otra de las casas mejor construidas; paredes de adobe y
ladrillo, techo de tejas montado en morillos de madera de cerro, o sea madera muy durable y bilihuana, nombre en zapoteco de
las tabletas de aproximadamente un metro por veinte centímetros que se
utilizaban para soportar las tejas. El piso era de ladrillo rojo, cuadrado como
se acostumbraba en esa época. La
construcción era posiblemente del siglo XIX; al fondo, hacia el poniente tenía
un jardìn y árboles frutales.
Matías
Gustavo Hermesdorf se dedicaba al comercio para sostener su familia y como
hombre culto que era, hablaba alemán, inglés y español, se interesó en conocer mejor la región, al
grado de que escribió un extenso artículo intitulado “On the Isthmus of
Tehuantepec”, que fue publicado en la Revista de
la Nacional
Geografic Society de Londres. De esta obra hizo la traducción
al español su nieto el escritor Rubèn I. Hermesdorf y la corta edición privada
realizada en 1954 circuló en un reducido círculo de amigos. La edición está
agotada y resulta difícil localizar un
ejemplar. Existe un ejemplar en la Biblioteca Nacional de México.
En
las tienda se expendía de todo, prácticamente cuanto la gente empleaba para la
vida de todos los días; frijol, maíz, panela, café, harina de trigo, manteca,
aceite para lámpara, velas, veladoras, petróleo, algunos útiles de labranza y
algunos implementos como hachas, zapapicos, machetes, tarpalas, huaraches,
sombreros de palma y muchas cosas más.
(*) Contaba don Erasmo que en tiempos de la revolución cada vez que una partida
militar arribaba al pueblo lo llamaban para pedirle su cooperación a la causa.
Decìa que nunca supo a què partido o bando pertenecían los milicianos, y con su
paciencia y buen humor les ofrecía lo que buenamente le alcanzaba y que no le
quedaba otra opción que cooperar con quien llegara a pedir su aportación.
A
mediados del siglo XX, de la casa solo quedaba techada una pieza grande que era
a la vez estancia, cocina, comedor y dormitorio de don Erasmo. El resto de la
casona eran paredes sin techo, en las piezas desnudas cuando llovía se formaban
lagunas en las que nadaban algunos patos y bajaban los zanates a beber
agua. De la tienda solo quedaban unos
pequeños armarios y un mostrador chico colocados cerca de la puerta del lado
norte; los únicos artículos que se ofrecían al público eran caramelos, chicles y algunos medicamentos populares como sal de
uvas, carbonato, mentolato y alguna vez artículos escolares. Atendía el pequeño
negocio personalmente don Erasmo.
Don
Erasmo, herr Yadjo, dada Yadjo o Shigula
Yadjo, como era conocido en el
pueblo, tuvo varios hijos fuera de matrimonio. Con la
señora Lorenza Vàsquez procróò a Víctor, Willehado, Isauro y Fidel que conservaron el apellido de la
mamá. Delfino y Alicia se apellidaron Ventura por la mamá y tuvo otro varón,
Gilberto, con una señora de Santo
Domingo. Se casó con Florinda Caba, originaria de Ixtaltepec; con quien procreó
tres hijos varones: Gustavo (gemelo, el hermano falleció siendo bebé), Alfredo
y Rubèn y una mujer que se llamó también Florinda como la mamá. Don Erasmo
enviudó y no volvió a contraer nupcias. Ya muy anciano se fue a México a vivir
en casa de su hijo Rubén, donde falleció.
Está enterrado en el Distrito Federal.
Su
hijo Gustavo destacó como impulsor de la
educación popular. Siendo funcionario de
la Secretaría de Educación Pública no escatimó
esfuerzos para ayudar a las comunidades que acudían en solicitud de
apoyo para la educación rural. Contribuyó de manera decisiva a formar una
generación de profesionales petapenses que se han distinguido en diversas áreas
de la cultura y su empeño en lograr la reconciliación de los grupos políticos
fructificó al desterrar la violencia en el pueblo. Sus restos reposan en el
panteón municipal de Santa María Petapa. Rubén, el menor de la familia, se
inclinó por la literatura; de él es la
colección de cuentos intitulada
“Caminantes”, la primera que escribió, los libros “Morelos, Siervo de la Nación” y “Erasmo
de Rotherdam” Falleció muy joven en la ciudad de México.
POLITICA
Y TRAGEDIA EN UN PUEBLO HUMILDE.
Se
puede pensar que en los pueblos pequeños
no tienen impacto los grandes conflictos de naturaleza política, o que tienen que ver con las controversias en materia de posesión,
utilización y administración de los recursos
públicos que sustentan la economía de una naciòn o una comunidad. Pues
el hecho es que hasta en los poblados de menor significación se forman grupos o
partidos que pretenden y logran el poder local para incidir en el curso de los
acontecimientos sociales. Petapa no es la excepción y desde su aparición como
poblado de cierta importancia en la geografía del Istmo hacia el Siglo XVIII, ha sufrido en carne
propia las consecuencias de la lucha social, como un reflejo de los
problemas económicos, políticos y sociales
generados en el país.
A
raíz del conflicto que se suscitó entre
el poder civil y la jerarquía católica en los años veinte del Siglo XX, la
situación existente por la presencia de los llamados partidos “rojo” y “verde”
se complicó, no obstante que el núcleo de la rebelión cristera contra el
gobierno establecido se generó muy lejos y cobró auge más bien en la zona del Bajío en el centro de la
República. El culto religioso fue suspendido por la jerarquía de la iglesia; el
cura párroco se fue del pueblo y el templo y sus pertenencias quedaron bajo la custodia de un comité de ciudadanos que se encargaban
de abrir el recinto religioso los domingos, tocar las campanadas de las doce del día y de la oración de las seis de la tarde, así
como el toque de difuntos y algunas
de las fiestas profano-religiosas.
Una
mañana la conmoción hizo presa del ánimo del pueblo. El presidente municipal,
de apellido Santiago, fue asesinado en el camino cuando se dirigía de su casa,
ubicada en uno de los ranchos, al pueblo para ejercer sus funciones cotidianas
de presidente. El hecho trágico se sumó a la tensión ya existente por la
suspensión del culto religioso y se dijo que el responsable era el grupo opositor al gobierno municipal.
Cierto
día, cuando apenas amanecía, un señalado miembro del partido “verde”, Aurelio
Toledo, hijo de un sacerdote que tuvo a su cargo la parroquia de Petapa y de
doña Luisa, vecina del pueblo, fue
asesinado en su propia casa, mientras dormía. en su cama. Su mamá relató el
acontecimiento como sigue; “mi hijo,
inocente por completo, dormía tranquilamente esa mañana, su cama estaba
cubierta con pabellón para protegerse de los mosquitos. De repente un grupo de
rancheros irrumpió en el patio y penetró la habitación; dispararon a quemarropa
sobre mi hijo…..salieron en tropel, mientras las vecinas que acudieron de
inmediato al escuchar mi llanto, pobres mujeres como yo, presas de angustia no
sabíamos qué hacer…. Poco tiempo después oímos otros disparos hacia el centro
del pueblo.”
“Era muy temprano –-relata
Gonzalo Altamirano--, estábamos en la
casa grande, mi papá y sólo yo, pues mis hermanos menores estarían
desayunando o preparándose para ir a a escuela en la otra casa, la de Teresita,
mi madrastra, en donde estaba la cocina. Escuchamos un tiroteo producido en la
parte sur del pueblo, y minutos después un agitado movimiento de gentes que
comentaban con alarma que habían matado a un hombre. Mi padre me llamó al
interior de la casa, cerró la puerta, la atrancó por dentro y me dió
instrucciones. Alcanzó su rifle 30-30 y un puñado de cartuchos y me dió la
escopeta cargada, que yo sabía manejar. Eran tiempos violentos. Mi padre era secretario municipal y como
quiera que fueran las cosas él era cabeza visible de la autoridad local. Me
dijo que por ningún concepto se iba a abrir la puerta y que disparara yo contra
cualquiera que pretendiera irrumpir con violencia. Transcurrieron unos diez o
quince minutos y escuchamos un disparo como a doscientos metros y luego un
movimiento en tropel de gentes que se
dirigían hacia el lado norte del pueblo por la actual calle Benito Juárez. Unos
minutos después oímos que una puerta era
fuertemente golpeada y gritos reclamando que abrieran de inmediato. Era la casa
de unos vecinos, dos hermanos, que vivían casi
en la esquina de las actuales calles de Benito Juárez y Ayuntamiento.
Instantes después se escuchó un tronido de armas largas… y el silencio se
hizo…..nadie se atrevía a salir a ver lo que habìa sucedido. Mi padre esperó un
tiempo prudente y cuando escuchamos las voces de los vecinos que alarmados comentaban los hechos, abrimos
la puerta y pudimos enterarnos de lo ocurrido”
“Escuchamos un fuerte
tiroteo en guedxe dja (pueblo arriba) –comenta la
señora Teresa Gutiérrez—y poco tiempo
después un grupo de hombres armados llegaron a la casa de los hermanos que
vivìan casi enfrente de nosotros. Golpearon la puerta furiosamente y los
conminaron a salir, amenazándolos con romper la puerta…. Poco tiempo
transcurrió y la puerta se abrió desde dentro y en el mismo instante los
asaltantes dispararon sobre los dos hermanos que cayeron acribillados… Se
comentó entonces que ellos habían matado al presidente municipal”
Después
de los acontecimientos de los años veinte relatados , hechos aislados de
violencia, con algunos asesinatos de por medio, ocurrieron en el pueblo hasta
entrados ya los años cincuenta. La lucha por el poder municipal no había
cesado, la controversia entre un grupo de vecinos de posición desahogada,
dedicados principalmente al comercio, y
otro integrado en su mayoría por campesinos, entre los cuales destacaban los
rancheros hizo crisis a finales de los años cuarenta y desembocó en actos de
violencia perpetrados por ambos bandos. Ya no se hablaba de partidos rojo o
verde. Solo había un partido oficial
dominante, y en su seno se suscitaban conflictos
por el reparto del poder, hasta en los lugares más remotos de la
geografía nacional.
En
1950, el Ayuntamiento estaba a cargo del grupo de los campesinos,
encabezado por Cipriano Vásquez y
apoyados por el Gral. Heliodoro Charis Castro, cacique revolucionario de
Juchitán y hombre progresista que había gestionado y logrado la introducción
del agua potable en Petapa y municipios vecinos. Como es natural, entre ellos había alguno o
algunos inconformes que buscaban acercarse al grupo opositor. Sucedió que en
una fiesta que ofreció la familia de Willehado Vásquez y su esposa Alejandra
Rivera con motivo del cumpleaños de una de sus hijas, se reunieron sus amistades tanto de Santa María como de
Santo Domingo Petapa, entre los cuales figuraban algunos que habían tenido
participación en la política local. Asistieron entre otros Román de Gyves,
Félix Aragòn y Leopoldo Castillo, de Santo domingo; Lauro Mendoza, Fernando
Altamirano y numerosos vecinos que convivieron largo rato, desde mediodía hasta
bien entrada la tarde. Todos estaban divirtiéndose
tranquilamente --relata Alejandra
Rivera , cuarenta años después, cuando
los ánimos estaban ya apaciguados--. Don
Fernando ya se había retirado, lo mismo que otros invitados y solo quedaban los
de Santo Domingo bebiendo cerveza con Lauro y otros invitados. Entre éstos
estaba Nicolás Garcìa “Lachi”, ranchero que había sido antes Presidente
Municipal del grupo de Cipriano Vásquez
y que ahora buscaba acercamiento con el grupo de Lauro y los comerciantes, entre los cuales se señalaba a mi marido
Willehado Vásquez y a su hermano Fidel…. Alguien me avisó de repente que un
grupo de sospechosos, estaba rodeando mi casa y que entre ellos estaban los
policías municipales y gente de Cipriano Vásquez. De inmediato cerré las puertas,
atrancándolas por dentro y puse en aviso a mis invitados. Salí por una puerta
trasera y me enfrenté al que consideré que encabezaba el grupo: Sebastián
Vásquez ,hermano de Cipriano, quien fue atento conmigo, me aclaró que sólo iban
a detener a Nicolás, el disidente y que no se
iban a meter con nadie de mis huéspedes. Le pedí que dejaran ir a los de
Santo Domingo para evitar conflictos con el otro pueblo. Lauro escap+o por la
puerta trasera y se fue a esconder quién sabe dónde. Le hablé con franqueza a Sebastián, eso le
gustó, le regalé una botella de licor y permitieron la salida de Román, Félix y
Leopoldo….Me encendí ante el atropello y ya conoces mi carácter. Segura de que
no se iban a retirar hasta no alcanzar su objetivo, me preparé a pedir auxilio…dejé
suficiente comida, agua y dinero a los encerrados y me escapé. Fui a ver a
Román de Gyves en Santo Domingo para pedirle que me hiciera una denuncia ante
el Ministerio Público de Juchitán. Román no la hizo, no sé por qué. Yo
desesperada esperé a la madrugada para salir, a pie, con rumbo a Matías Romero,
para movilizarme… A mitad del camino entre Santo Domingo y Petapa me
alcanzó un camión de carga, le hice la
parada y resultó ser de José Cortés. Se extrañó al verme en esas condiciones y
le narré lo sucedido. Me llevó hasta Matías Romero, pero antes, al pasar por
Petapa, me bajé para espiar…. allí
estaban, vigilando mi casa….. En Matías
Romero acudí a mis amigos, comerciantes muy influyentes, Beto Symor, los
Guraieb y López Lena, quienes me ofrecieron toda clase
de ayuda. Me trasladé a Juchitán donde denuncié el caso ante el Ministerio
Pùblico. Me sugirieron pedir auxilio al Ejército y me dirigí a Ixtepec, en
donde hablé con el Comandante de la Zona Militar. Me dijo que era necesario un
acuerdo del Gobernador del Estado para que ellos pudieran intervenir. Salí ese
mismo día a Oaxaca y pedí audiencia al
Gobernador. Fui atendida rápidamente y me ofreció solicitar de inmediato la
autorización de la Secretaráa de la Defensa Nacional.
Al día siguiente, tercero desde los sucesos, regresé a Ixtepec con la
autorización y una partida militar salió
conmigo a Petapa, adonde llegamos como a la medianoche. Los soldados rodearon
mi casa, protegidos por la oscuridad, y de repente sorprendieron a los
secuestradores…varios cayeron presos y otros escaparon…Toqué la puerta y me
abrieron, todos sorprendidos y admirados de cuanto había yo hecho para
liberarlos.”
La
cosa no terminó allì. Era demasiado serio el conflicto y las acciones de uno y
otro grupo siguieron su curso para cobrarse los agravios.
Por
esa época, en diferentes fechas,
ocurrieron dos suicidios y dos asesinatos que nunca fueron aclarados. Un
muchacho llamado Manuel y otro señor de nombre Juan, fueron
encontrados colgados del techo de sus respectivas casas; eran amigos muy
cercanos y se dijo que se habían
suicidado. El “Teco”, un ixtaltepecano
que hizo pareja con una
vecina del lugar y tía de Manuel
el “suicida”, murió de un
escopetazo que le dispararon a bocajarro, mientras dormía con su hijo en
brazos, en una hamaca colgada en el corredor de su casa, ubicada por el rumbo
del panteón. Otro “teco”, oriundo del rumbo de Juchitán, que hizo vida
marital con otra tía de Manuel, el
“suicida”, apareció muerto a cuchilladas en una esquina
de la calle Benito Juàrez. Corrió el rumor, nunca confirmado, de que la
causa fue que se había descubierto uno o dos complots para asesinar a dos cabecillas, uno de cada
grupo de la política local.. Lo curioso del caso es que los cuatro muertos estaban ligados, tres de
ellos por un lazo familiar y los
“suicidas” por una amistad muy cercana. Del último asesinado se dijo, tal vez
para encubrir el verdadero móvil, que lo
mataron para robarle, pues acababa de vender una máquina de escribir,
posiblemente robada pues no se le conocía oficio de escribiente.
Al
año siguiente, ocurrió otro hecho
lamentable, posiblemente ligado a los anteriores. Era todavía presidente
municipal Cipriano Vásquez, líder de los campesinos y rancheros. Cierto día, el
silencio de la madrugada fue interrumpido por un fuerte tiroteo. Los disparos
se escucharon horrendos, pues eran de arma larga reglamentaria del Ejército.
Fueron hechos por el rumbo de la casa del presidente. La verdad no se supo
hasta que amaneció, cuando se esparció
la noticia de que el presidente municipal y dos de sus colaboradores más
cercanos, Roberto Celaya y Francisco Kuri llamado “Chico Turco”, estaban
detenidos, maniatados y amarrados a los pilares del mercado público.
Cipriano
estaba herido en una pierna y con rozones de bala en el cuerpo. Se supo que
cuando el destacamento militar enviado por no se sabe quién para aprehenderlo
tocó a su puerta conminándolo a entregarse, él se escapó por una puerta trasera
y corrió arrimándose a las casas y
cercas de la calle hacia el norte. Fue visto por los soldados, quienes le
dispararon y ya herido en una pierna y
tirado en el suelo se entregó gritando que no le dispararan más.
El
jefe de la partida militar se negó a que se le prestaran los auxilios de
emergencia al herido. Iba yo acompañado
del director de la escuela, Enrique Vásquez Cruz, con mi maletín de
curaciones y me ofrecí a curarlos
personalmente Más tarde, ese día fueron trasladados a Juchitán, cabecera
distrital, donde se dijo que fueron
recluidos en la cárcel. El Ayuntamiento quedó
a cargo de una Administración Civil integrada por ciudadanos ajenos a la política partidista,
neutrales y de reconocida solvencia
moral: Cipriano Teràn, asumiò la
Presidencia. nativo de Santa Marìa
Guienagati y avecindado en Petapa desde hacía muchos años, comerciante y
entusiasta patrocinador de fiestas profano-religiosas;. Fernando Altamirano,
nativo de Ixtaltepec y avecindado en Petapa desde 1928, que lo mismo se
dedicaba a labores del campo o ejercía funciones de secretario municipal con
las distintas administraciones municipales sin fijarse en la filiación política
de cada quién, pues todos eran sus amigos, y él que para entonces no ejercía
ningún cargo en el Municipio; asumió la Secretaría
con el aval de su experiencia e
imparcialidad. Otros ciudadanos no comprometidos con los grupos en pugna
ocuparon los demás puestos de la Administración
Civil. Poco tiempo después el presidente municipal depuesto y
sus colaboradores que fueron apresados con él salieron libres y regresaron a
sus hogares, pero ya no volvieron a sus cargos.
La
intranquilidad y la falta de seguridad imperaban en el pueblo. No transcurrió
mucho tiempo y nuevos hechos sangrientos conmovieron al pueblo. Isidro Cabrera
“Chido”, líder agrario petapense que vivía por el rumbo de Sarabia o Tolosita,
de quien se decía que estaba involucrado en los conflictos, fue asesinado.
Nicolás Garcìa “Lachi” que estuvo
encerrado en la casa de Alejandra Rivera hasta que él y sus acompañantes fueron
liberados por los soldados, murió de un escopetazo que le dispararon en pleno
día, en riña, frente a numeroso público cerca de la casa en donde
había estado secuestrado meses antes.
En
los años de 1951 a 1953 era inquietante la inestabilidad política en el pueblo.
El maestro Gustavo C. Hermesdorf, interesado desde años atrás en promover la
educación en el terruño, veía con preocupación la situación. En una de sus
cartas al autor de estas Memorias
expresó su preocupación por los nefastos hechos que alarmaban al pueblo.
Apoyado por un comité realizó una
intensa campaña en favor de la educación
con el propósito de terminar la
construcción del nuevo edificio escolar
Las acciones del Comitè deEducaciòn, de la Sociedad de Amigos de la Escuela y la presencia de la Sociedad de Estudiantes Petapenses, de cuyo seno
empezaban a surgir los primeros profesionales, ayudaron a crear un ambiente favorable a la
reconciliación.
Cuando
en 1955 se realizó la ceremonia de abanderamiento de la Escuela Primaria
Federal “Vicente Guerrero” promovida por el maestro Hermesdorf y la Sociedad de Amigos de la Escuela , con la
participación de todo el pueblo sin
bandería política, se vió que las
cosas iban mejorando. No obstante que el poder municipal estaba en manos de sus
oponentes, un numeroso contingente encabezado por Cipriano Vásquez, haciendo a
un lado los agravios recibidos años
atrás, contribuyó al lucimiento de la ceremonia. Fue emocionante ver al grupo
desfilando por las calles para dirigirse al acto y hacer entrega de un hermoso
nicho de cedro rojo para el lábaro patrio. Un mensaje de civismo de esa
naturaleza fue bien vista y ayudó a normalizar las relaciones sociales. Por ese
mismo tiempo, la invasión de las tierras de Guivicía, patrimonio del pueblo,
por extraños que fundaron colonias en terrenos comunales, destruyendo
sembradíos de maíz y de cafetales, unificó al pueblo y se vivieron momentos
gratificantes de solidaridad en torno a los intereses legítimos de los
ciudadanos. A partir de entonces la calma volvió al pueblo por un tiempo.
. MEMORIA HISTORICA DE STA.MA.PETAPA, OAX.
LA
CASA DE
SAMUEL RODRIGUEZ.
LA CASA DE
ERASMO C. HERMESDORF.
LA
LUCHA POR
EL PODER MUNICIPAL.
La Constitución Política
de la República Mexicana, promulgada el 5 de febrero de 1857, estaba programada para entrar en vigor el 16 de
septiembre de ese año; La nueva Constitución establecía la reincorporación del
Territorio del Istmo de Tehuantepec al estado de Oaxaca; pero diversos hechos
que dieron origen a un serio antagonismo entre las poblaciones de Tehuantepec y
Juchitán, hacía casi imposible un avenimiento al respecto. Sólo Tehuantepec
aceptó la reincorporación. Los
juchitecos seguían reconociendo a Minatitlán como cabecera política, en razón
de que el Gobernador Militar del
Territorio, nombrado por el gobierno federal, estableció su sede en aquella
población. Petapa, en aquel entonces, pertenecía a la Prefectura de
Juchitán. Para resolver amistosamente
esta diferencia se programaron varias reuniones en diversas poblaciones del
Istmo, siendo Petapa una de ellas, junto con Comitancillo, Juchitán y
Chihuitán. (* ) Mecott Francisco, Mario.
Historia del Istmo de Tehuantepec. Oaxaca, México,2005. primera edición, pág.
60.
LA BANDA DE MUSICA.
A fines del siglo XIX no
había banda de música en el pueblo; tampoco en los pueblos vecinos. La más próxima
era la de Tehuantepec. Las fiestas profanas eran amenizadas con la
música monótona de una flauta de carrizo y un tambor La flauta la llamaban “huiilo” y el experto que la tocaba se
llamaba Esteban Mendoza y era apodado “Steba Huiilo”, pues era costumbre poner
a las personas, hombres generalmente, un sobrenombre que denotaba su
ocupación.; así a un asiduo cazador de venados le llamaron “Pedro Nbichina”,
No se conoce la fecha
exacta en que se fundó la banda de música del pueblo; probablemente fue a
principios del siglo XX. Un hombre progresista, don Erasmo C. Hermesdorf,
comerciante, hijo de alemán y de mujer petapense, con el apoyo del sacerdote
Porfirio Tirado, párroco del pueblo, organizó y financió la primera banda
filarmónica, con 23 campesinos que aprendieron
solfeo y a tocar los instrumentos propios de banda, como son: saxofón,
tuba, trombón, clarinete, soprano, trompeta, flauta, tambora, redoblante,
claves, platillos. El instructor de la Banda fue un maestro músico de
Tehuantepec, población que tenía la mejor banda de música de la región.
Los primeros músicos del
pueblo fueron: Lázaro Orozco López, Francisco Domínguez, Marcelino Lorenzo,
Lucio Morales, Julián silva, Gregorio Girón, Manuel Tonel, Lucio Vásquez, Ricardo Martínez, Leonardo Ortiz, Braulio
Juárez, Abundio Ruiz, Casimiro Mendoza, Aniceto Hernández, Laureano Dehesa,
Carlos López, Nicanor Lorenzo, Pedro Gutiérrez, Othón Cabrera, Zenón
Villagómez, Albino Ruiz y Leobardo Montero.
(*) Hermesdorf,
Gustavo C., Breve Lista de Obras Recomendables. Edición mimeográfica. Petapa, Oax. 1970
A mediados del siglo, la
banda tenía ya muy poco integrantes.. La formaban algunos descendientes de los
antiguos filarmónicos y otros aficionados a la música; Pedro Orozco, bajo; Luis
Martínez, trompeta; Estanislao Vázquez,
clarinete; Aurelio Brabilla, batería; Salomón Ramírez, saxofón; Alfredo
Mendoza, soprano; Leopoldo Brabilla, trompeta;
Juan Brabilla, tambora; Mateo
Vázquez, trombón; Faustino Vázquez, redoblante.
Cien años después de fundada la banda, a principios del siglo XIX,
únicamente quedaban cuatro descendientes de Lázaro y Pedro Orozco: Fleury,
Víctor José y Lázaro.; fallecidos los dos primeros, actualmente sobreviven
José, hijo de Pedro, y Lázaro, nieto del
fundador del mismo nombre, los únicos sostenedores de la tradición musical. Es
necesaria una acción relevante para renovar la tradición de una banda bien
reconocida por sus méritos como lo fue en la región la banda de música de Petapa.
EL MESTIZAJE.
Actualmente es difícil o
casi imposible encontrar en Petapa tipos indígenas autóctonos; al igual que en
la mayor parte del Estado de Oaxaca el mestizaje ha operado transformando el perfil
biológico de los pobladores, de tal manera que hasta en los poblados más
apartados se encuentran individuos con características de las diversas
razas. Hay regiones, en varias zonas del Estado, por ejemplo el Istmo de
Tehuantepec y la Costa, en que
predominan mestizos cuyo físico recuerda a los nativos del viejo Continente. El Istmo de Tehuantepec
y el pueblo de Petapa, que está situado en medio de la región ístmica, ha sido
el crucero de todos los caminos, y viajeros de todos los rumbos se han
establecido aquí por el comercio, dando origen a un nutrido mestizaje que ha resultado realmente benéfico, pues ha conformado el temperamento y el carácter
positivo, libertario y emprendedor del
istmeño.
En Petapa lo mismo se
puede encontrar descendientes de la raza negra, que los de raza blanca, quienes
conservan en buen equilibrio las características de ambas etnias junto con las de origen zapoteca. En tiempos de la Colonia la presencia del
elemento español contribuyó al mestizaje en gran proporción; vino después la
invasión francesa y el contingente de
austriacos, argelinos y de otras etnias europeas que formaban el
ejército invasor contribuyó a la mezcla
de sangre. La presencia de los migrantes
de origen africano ó afrocaribeño en el Istmo y particularmente en el
pueblo vecino de El Barrio, aportó su
contribución al mestizaje. Otros
migrantes, alemanes, japoneses, chinos,
coreanos, turcos, libaneses, judíos, ingleses,
que desde el siglo XIX arribaron al Istmo generalmente para dedicarse al
comercio, hicieron crecer la variedad de
tipos humanos en la región. A raíz de la
inauguración del Ferrocarril Nacional de Tehuantepec, a principios del siglo
XIX, el poblado de Rincón Antonio, agencia municipal de Petapa, y el Llano Suchiapa donde se estableció el
principal taller o Casa Redonda del ferrocarril, se constituyeron en la sede de
una numerosa población de inmigrantes de todos los rumbos.
Relatos Históricos de Santa
María Petapa, Oax., escritos por Aurelio
Altamirano Hernández con datos de las entrevistas realizadas a varias personas
del lugar. 1990.
En
el sitio en que actualmente está el Jardín de Niños “Emiliano Zapata”, en el
costado poniente del parque municipal, estuvo la tienda de Samuel Rodríguez, comerciante de origen español, que
caso con Juana Aragòn, nativa del
pueblo. Ocupaba una casa tejabana, de paredes gruesas y pilares en el corredor;
era una de las casas mejor construidas del pueblo, con piso de ladrillo y
puertas dobles reforzadas. Hacia 1940 solo quedaban ruinas de la tienda. El
techo deteriorado, podridos los morillos, las tejas rotas estaban esparcidas en
el piso.
Cuentan
que el dueño abandonó la tienda con todo y mercancía, porque salió huyendo del
pueblo con toda su familia cuando se enteró de que lo iban a matar. Eran
tiempos de revuelta social, las primeras décadas del siglo XX. En una carreta
su familia se trasladó a la estación del ferrocarril Rincón Antonio, conocido antes como Rincón Viejo, en
donde se venera una imagen de San Antonio, y actualmente llamada Matías Romero.
Él. salió a caballo, de noche, bordeando el pueblo por veredas para alcanzar a
los suyos y se trasladaron a Puerto México, hoy Coatzacoalcos,en donde
radicaron en definitiva.
En
ese tiempo en el pueblo había dos partidos: rojo y verde. El rojo predominaba
en las secciones primera y segunda y el verde en las secciones tercera y cuarta
(mismas que ahora se agrupan en solo dos secciones), e Ismael Rodríguez
pertenecía al partido rojo, de filiación liberal, identificada con las gentes
del gobierno; el partido verde tenía sus seguidores en guedxe
dja, la parte alta del pueblo. La mayoría de la población no sabía de
política ni por qué le señalaban un partido a seguir; las mujeres del partido
rojo usaban listón de ese color en las trenzas y los hombres una cinta roja en
el sombrero: Los del partido verde usaban listón y cinta de ese color. (*) La
lucha se centraba en ganar la presidencia municipal y los del partido rojo llevaban ya tiempo en el poder. Había inconformidad, y se hablaba de
levantamiento armado, como ocurría en la mayor parte del país.
En
los años cuarenta todavía estaban en pie
las viejas paredes de adobe y la yerba crecía en lo que fueron las habitaciones
y la tienda. A la hora del recreo salíamos a jugar canicas en los corredores de
la vieja casona. Se veía que había sido
saqueada, por todas partes había regados
clavos, los viejos de antaño, forjados a mano, de corte cuadrangular, no
eran cilíndricos como los de ahora. Las barricas de madera, que seguramente
habían servido para contener líquidos,
aguardiente o mezcal, estaban
desvencijados, los tabletas de madera podridas; únicamente quedaban los aros de
fierro, que nos servían para jugar rodándolos
auxiliados de un gancho de alambre conveniente doblado para empujar el
aro.
Samuel Rodríguez tuvo tres hijos varones. Dos de
ellos, fuera de matrimonio: Gregorio y Delfino; el primero con una señora que
vivía en el rancho Septune y el segundo con otra señora de Santo Domingo. El
hijo que procrearon él y su esposa Juana Aragón, se llamó Ismael, quien más
tarde se significó como un eminente intelectual, maestro y líder social que participó de manera
relevante en la realización de programas sociales de alcance nacional, como
veremos más adelante.
* Información proporcionada
al autor por la señora Teresa Hernàndez Gutiérrez, en los años 50.
La
otra tienda importante del pueblo era la de Erasmo C. Hermesdorf, nativo del
pueblo; hijo de Matías Gustavo Hermesdorf, originario de Alemania, que casò con
Juana Manuela Cortés, nativa del lugar. Don Erasmo, o herr Erasmo, como le llamaban en el pueblo. heredó la actividad
comercial, a la que se dedicaba su padre, La tienda ocupaba un gran espacio de
la casa solariega ubicada en el centro del pueblo, en la actual calle
Independencia. Era otra de las casas mejor construidas; paredes de adobe y
ladrillo, techo de tejas montado en morillos de madera de cerro, o sea madera muy durable y bilihuana, nombre en zapoteco de
las tabletas de aproximadamente un metro por veinte centímetros que se
utilizaban para soportar las tejas. El piso era de ladrillo rojo, cuadrado como
se acostumbraba en esa época. La
construcción era posiblemente del siglo XIX; al fondo, hacia el poniente tenía
un jardìn y árboles frutales.
Matías
Gustavo Hermesdorf se dedicaba al comercio para sostener su familia y como
hombre culto que era, hablaba alemán, inglés y español, se interesó en conocer mejor la región, al
grado de que escribió un extenso artículo intitulado “On the Isthmus of
Tehuantepec”, que fue publicado en la Revista de
la Nacional
Geografic Society de Londres. De esta obra hizo la traducción
al español su nieto el escritor Rubèn I. Hermesdorf y la corta edición privada
realizada en 1954 circuló en un reducido círculo de amigos. La edición está
agotada y resulta difícil localizar un
ejemplar. Existe un ejemplar en la Biblioteca Nacional de México.
En
las tienda se expendía de todo, prácticamente cuanto la gente empleaba para la
vida de todos los días; frijol, maíz, panela, café, harina de trigo, manteca,
aceite para lámpara, velas, veladoras, petróleo, algunos útiles de labranza y
algunos implementos como hachas, zapapicos, machetes, tarpalas, huaraches,
sombreros de palma y muchas cosas más.
(*) Contaba don Erasmo que en tiempos de la revolución cada vez que una partida
militar arribaba al pueblo lo llamaban para pedirle su cooperación a la causa.
Decìa que nunca supo a què partido o bando pertenecían los milicianos, y con su
paciencia y buen humor les ofrecía lo que buenamente le alcanzaba y que no le
quedaba otra opción que cooperar con quien llegara a pedir su aportación.
A
mediados del siglo XX, de la casa solo quedaba techada una pieza grande que era
a la vez estancia, cocina, comedor y dormitorio de don Erasmo. El resto de la
casona eran paredes sin techo, en las piezas desnudas cuando llovía se formaban
lagunas en las que nadaban algunos patos y bajaban los zanates a beber
agua. De la tienda solo quedaban unos
pequeños armarios y un mostrador chico colocados cerca de la puerta del lado
norte; los únicos artículos que se ofrecían al público eran caramelos, chicles y algunos medicamentos populares como sal de
uvas, carbonato, mentolato y alguna vez artículos escolares. Atendía el pequeño
negocio personalmente don Erasmo.
Don
Erasmo, herr Yadjo, dada Yadjo o Shigula
Yadjo, como era conocido en el
pueblo, tuvo varios hijos fuera de matrimonio. Con la
señora Lorenza Vàsquez procreó a Víctor,
Willehado, Isauro y Fidel que
conservaron el apellido de la mamá. Delfino y Alicia se apellidaron Ventura por
la mamá y tuvo otro varón, Gilberto, con
una señora de Santo Domingo. Se casó con Florinda Caba, originaria de
Ixtaltepec; con quien procreó tres hijos varones: Gustavo (gemelo, el hermano
falleció siendo bebé), Alfredo y Rubèn y una mujer que se llamó también
Florinda como la mamá. Don Erasmo enviudó y no volvió a contraer nupcias. Ya
muy anciano se fue a México a vivir en casa de su hijo Rubén, donde
falleció. Está enterrado en el Distrito
Federal.
Su
hijo Gustavo destacó como impulsor de la
educación popular. Siendo funcionario de
la Secretaría de Educación Pública no escatimó
esfuerzos para ayudar a las comunidades que acudían en solicitud de
apoyo para la educación rural. Contribuyó de manera decisiva a formar una
generación de profesionales petapenses que se han distinguido en diversas áreas
de la cultura y su empeño en lograr la reconciliación de los grupos políticos
fructificó al desterrar la violencia en el pueblo. Sus restos reposan en el
panteón municipal de Santa María Petapa. Rubén, el menor de la familia, se
inclinó por la literatura; de él es la
colección de cuentos intitulada
“Caminantes”, la primera que escribió, y los libro “Los Infieles” “Morelos, Siervo de la Nación” y “Erasmo
de Rotherdam”. Falleció muy joven en la ciudad de México.
POLITICA
Y TRAGEDIA EN UN PUEBLO HUMILDE.
Se
puede pensar que en los pueblos pequeños
no tienen impacto los grandes conflictos de naturaleza política, o que tienen que ver con las controversias en materia de posesión,
utilización y administración de los recursos
públicos que sustentan la economía de una naciòn o una comunidad. Pues
el hecho es que hasta en los poblados de menor significación se forman grupos o
partidos que pretenden y logran el poder local para incidir en el curso de los
acontecimientos sociales. Petapa no es la excepción y desde su aparición como
poblado de cierta importancia en la geografía del Istmo hacia el Siglo XVIII, ha sufrido en carne
propia las consecuencias de la lucha social, como un reflejo de los
problemas económicos, políticos y sociales
generados en el país.
A
raíz del conflicto que se suscitó entre
el poder civil y la jerarquía católica en los años veinte del Siglo XX, la
situación existente por la presencia de los llamados partidos “rojo” y “verde”
se complicó, no obstante que el núcleo de la rebelión cristera contra el
gobierno establecido se generó muy lejos y cobró auge más bien en la zona del Bajío en el centro de la
República. El culto religioso fue suspendido por la jerarquía de la iglesia; el
cura párroco se fue del pueblo y el templo y sus pertenencias quedaron bajo la custodia de un comité de ciudadanos que se encargaban
de abrir el recinto religioso los domingos, tocar las campanadas de las doce del día y de la oración de las seis de la tarde, así
como el toque de difuntos y algunas
de las fiestas profano-religiosas.
Una
mañana la conmoción hizo presa del ánimo del pueblo. El presidente municipal,
de apellido Santiago, fue asesinado en el camino cuando se dirigía de su casa,
ubicada en uno de los ranchos, al pueblo para ejercer sus funciones cotidianas
de presidente. El hecho trágico se sumó a la tensión ya existente por la
suspensión del culto religioso y se dijo que el responsable era el grupo opositor al gobierno municipal:. los
“rancheros”.
Cierto
día, cuando apenas amanecía, un señalado miembro del partido “verde”, Aurelio
Toledo, hijo de un sacerdote que tuvo a su cargo la parroquia de Petapa y de
doña Luisa, vecina del pueblo, fue
asesinado en su propia casa, mientras dormía. en su cama. Su mamá relató el
acontecimiento como sigue; “mi hijo,
inocente por completo, dormía tranquilamente esa mañana, su cama estaba
cubierta con pabellón para protegerse de los mosquitos. De repente un grupo de
rancheros irrumpió en el patio y penetró la habitación; dispararon a quemarropa
sobre mi hijo…..salieron en tropel, mientras las vecinas que acudieron de
inmediato al escuchar mi llanto, pobres mujeres como yo, presas de angustia no
sabíamos qué hacer…. Poco tiempo después oímos otros disparos hacia el centro
del pueblo.”
“Era muy temprano –-relata
Gonzalo Altamirano--, estábamos en la
casa grande, mi papá y sólo yo, pues mis hermanos menores estarían
desayunando o preparándose para ir a a escuela en la otra casa, la de Teresita,
mi madrastra, en donde estaba la cocina. Escuchamos un tiroteo producido en la
parte sur del pueblo, y minutos después un agitado movimiento de gentes que
comentaban con alarma que habían matado a un hombre. Mi padre me llamó al
interior de la casa, cerró la puerta, la atrancó por dentro y me dió
instrucciones. Alcanzó su rifle 30-30 y un puñado de cartuchos y me dió la
escopeta cargada, que yo sabía manejar. Eran tiempos violentos. Mi padre era secretario municipal y como
quiera que fueran las cosas él era cabeza visible de la autoridad local. Me
dijo que por ningún concepto se iba a abrir la puerta y que disparara yo contra
cualquiera que pretendiera irrumpir con violencia. Transcurrieron unos diez o
quince minutos y escuchamos un disparo como a doscientos metros y luego un
movimiento en tropel de gentes que se
dirigían hacia el lado norte del pueblo por la actual calle Benito Juárez. Unos
minutos después oímos que una puerta era
fuertemente golpeada y gritos reclamando que abrieran de inmediato. Era la casa
de unos vecinos, dos hermanos, que vivían casi
en la esquina de las actuales calles de Benito Juárez y Ayuntamiento.
Instantes después se escuchó un tronido de armas largas… y el silencio se
hizo…..nadie se atrevía a salir a ver lo que habìa sucedido. Mi padre esperó un
tiempo prudente y cuando escuchamos las voces de los vecinos que alarmados comentaban los hechos, abrimos
la puerta y pudimos enterarnos de lo ocurrido”
“Escuchamos un fuerte
tiroteo en guedxe dja (pueblo arriba) –comenta la
señora Teresa Gutiérrez—y poco tiempo
después un grupo de hombres armados llegaron a la casa de los hermanos que
vivìan casi enfrente de nosotros. Golpearon la puerta furiosamente y los
conminaron a salir, amenazándolos con romper la puerta…. Poco tiempo
transcurrió y la puerta se abrió desde dentro y en el mismo instante los
asaltantes dispararon sobre los dos hermanos que cayeron acribillados… Se comentó
entonces que ellos habían matado al presidente municipal”
Después
de los acontecimientos de los años veinte relatados , hechos aislados de
violencia, con algunos asesinatos de por medio, ocurrieron en el pueblo hasta
entrados ya los años cincuenta. La lucha por el poder municipal no había
cesado, la controversia entre un grupo de vecinos de posición desahogada,
dedicados principalmente al comercio, y
otro integrado en su mayoría por campesinos, entre los cuales destacaban los
rancheros hizo crisis a finales de los años cuarenta y desembocó en actos de
violencia perpetrados por ambos bandos. Ya no se hablaba de partidos rojo o
verde. Solo había un partido oficial
dominante, y en su seno se suscitaban conflictos
por el reparto del poder, hasta en los lugares más remotos de la
geografía nacional.
En
1950, el Ayuntamiento estaba a cargo del grupo de los campesinos,
encabezado por Cipriano Vásquez y
apoyados por el Gral. Heliodoro Charis Castro, cacique revolucionario de
Juchitán y hombre progresista que había gestionado y logrado la introducción
del agua potable en Petapa y municipios vecinos. Como es natural, entre ellos había alguno o
algunos inconformes que buscaban acercarse al grupo opositor. Sucedió que en una
fiesta que ofreció la familia de Willehado Vásquez y su esposa Alejandra Rivera
con motivo del cumpleaños de una de sus hijas, se reunieron sus amistades tanto de Santa María como de
Santo Domingo Petapa, entre los cuales figuraban algunos que habían tenido
participación en la política local. Asistieron entre otros Román de Gyves,
Félix Aragòn y Leopoldo Castillo, de Santo domingo; Lauro Mendoza, Fernando
Altamirano y numerosos vecinos que convivieron largo rato, desde mediodía hasta
bien entrada la tarde. Todos estaban divirtiéndose
tranquilamente --relata Alejandra
Rivera , cuarenta años después, cuando
los ánimos estaban ya apaciguados--. Don
Fernando ya se había retirado, lo mismo que otros invitados y solo quedaban los
de Santo Domingo bebiendo cerveza con Lauro y otros invitados. Entre éstos
estaba Nicolás Garcìa “Lachi”, ranchero que había sido antes Presidente
Municipal del grupo de Cipriano Vásquez
y que ahora buscaba acercamiento con el grupo de Lauro y los comerciantes, entre los cuales se señalaba a mi marido
Willehado Vásquez y a su hermano Fidel…. Alguien me avisó de repente que un
grupo de sospechosos, estaba rodeando mi casa y que entre ellos estaban los
policías municipales y gente de Cipriano Vásquez. De inmediato cerré las
puertas, atrancándolas por dentro y puse en aviso a mis invitados. Salí por una
puerta trasera y me enfrenté al que consideré que encabezaba el grupo:
Sebastián Vásquez ,hermano de Cipriano, quien fue atento conmigo, me aclaró que
sólo iban a detener a Nicolás, el disidente y que no se iban a meter con nadie de mis huéspedes. Le
pedí que dejaran ir a los de Santo Domingo para evitar conflictos con el otro
pueblo. Lauro escap+o por la puerta trasera y se fue a esconder quién sabe
dónde. Le hablé con franqueza a Sebastián,
eso le gustó, le regalé una botella de licor y permitieron la salida de Román,
Félix y Leopoldo….Me encendí ante el atropello y ya conoces mi carácter. Segura
de que no se iban a retirar hasta no alcanzar su objetivo, me preparé a pedir
auxilio…dejé suficiente comida, agua y dinero a los encerrados y me escapé. Fui
a ver a Román de Gyves en Santo Domingo para pedirle que me hiciera una
denuncia ante el Ministerio Público de Juchitán. Román no la hizo, no sé por
qué. Yo desesperada esperé a la madrugada para salir, a pie, con rumbo a Matías
Romero, para movilizarme… A mitad del camino entre Santo Domingo y Petapa me
alcanzó un camión de carga, le hice la
parada y resultó ser de José Cortés. Se extrañó al verme en esas condiciones y
le narré lo sucedido. Me llevó hasta Matías Romero, pero antes, al pasar por
Petapa, me bajé para espiar…. allí
estaban, vigilando mi casa….. En Matías
Romero acudí a mis amigos, comerciantes muy influyentes, Beto Symor, los
Guraieb y López Lena, quienes me ofrecieron toda clase
de ayuda. Me trasladé a Juchitán donde denuncié el caso ante el Ministerio
Pùblico. Me sugirieron pedir auxilio al Ejército y me dirigí a Ixtepec, en
donde hablé con el Comandante de la Zona Militar. Me dijo que era necesario un
acuerdo del Gobernador del Estado para que ellos pudieran intervenir. Salí ese
mismo día a Oaxaca y pedí audiencia al
Gobernador. Fui atendida rápidamente y me ofreció solicitar de inmediato la
autorización de la Secretaráa de la Defensa Nacional.
Al día siguiente, tercero desde los sucesos, regresé a Ixtepec con la
autorización y una partida militar salió
conmigo a Petapa, adonde llegamos como a la medianoche. Los soldados rodearon
mi casa, protegidos por la oscuridad, y de repente sorprendieron a los
secuestradores…varios cayeron presos y otros escaparon…Toqué la puerta y me
abrieron, todos sorprendidos y admirados de cuanto había yo hecho para
liberarlos.”
La
cosa no terminó allí. Era demasiado serio el conflicto y las acciones de uno y
otro grupo siguieron su curso para cobrarse los agravios.
Por
esa época, en diferentes fechas,
ocurrieron dos suicidios y dos asesinatos que nunca fueron aclarados. Un
muchacho llamado Manuel y otro señor de nombre Juan, fueron
encontrados colgados del techo de sus respectivas casas; eran amigos muy
cercanos y se dijo que se habían
suicidado. El “Teco”, un ixtaltepecano
que hizo pareja con una
vecina del lugar y tía de Manuel
el “suicida”, murió de un
escopetazo que le dispararon a bocajarro, mientras dormía con su hijo en
brazos, en una hamaca colgada en el corredor de su casa, ubicada por el rumbo
del panteón. Otro “teco”, oriundo del rumbo de Juchitán, que hizo vida
marital con otra tía de Manuel, el
“suicida”, apareció muerto a cuchilladas en una esquina
de la calle Benito Juàrez. Corrió el rumor, nunca confirmado, de que la
causa fue que se había descubierto uno o dos complots para asesinar a dos cabecillas, uno de cada
grupo de la política local.. Lo curioso del caso es que los cuatro muertos estaban ligados, tres de
ellos por un lazo familiar y los
“suicidas” por una amistad muy cercana. Del último asesinado se dijo, tal vez
para encubrir el verdadero móvil, que lo
mataron para robarle, pues acababa de vender una máquina de escribir,
posiblemente robada pues no se le conocía oficio de escribiente.
Al
año siguiente, ocurrió otro hecho
lamentable, posiblemente ligado a los anteriores. Era todavía presidente
municipal Cipriano Vásquez, líder de los campesinos y rancheros. Cierto día, el
silencio de la madrugada fue interrumpido por un fuerte tiroteo. Los disparos
se escucharon horrendos, pues eran de arma larga reglamentaria del Ejército.
Fueron hechos por el rumbo de la casa del presidente. La verdad no se supo
hasta que amaneció, cuando se esparció
la noticia de que el presidente municipal y dos de sus colaboradores más
cercanos, Roberto Celaya y Francisco Kuri llamado “Chico Turco”, estaban
detenidos, maniatados y amarrados a los pilares del mercado público.
Cipriano
estaba herido en una pierna y con rozones de bala en el cuerpo. Se supo que
cuando el destacamento militar enviado por no se sabe quién para aprehenderlo
tocó a su puerta conminándolo a entregarse, él se escapó por una puerta trasera
y corrió arrimándose a las casas y
cercas de la calle hacia el norte. Fue visto por los soldados, quienes le
dispararon y ya herido en una pierna y
tirado en el suelo se entregó gritando que no le dispararan más.
El
jefe de la partida militar se negó a que se le prestaran los auxilios de
emergencia al herido. Iba yo acompañado
del director de la escuela, Enrique Vásquez Cruz, con mi maletín de
curaciones y me ofrecí a curarlos
personalmente Más tarde, ese día fueron trasladados a Juchitán, cabecera
distrital, donde se dijo que fueron
recluidos en la cárcel. El Ayuntamiento quedó
a cargo de una Administración Civil integrada por ciudadanos ajenos a la política partidista,
neutrales y de reconocida solvencia
moral: Cipriano Teràn, asumiò la
Presidencia. nativo de Santa Marìa
Guienagati y avecindado en Petapa desde hacía muchos años, comerciante y
entusiasta patrocinador de fiestas profano-religiosas;. Fernando Altamirano,
nativo de Ixtaltepec y avecindado en Petapa desde 1928, que lo mismo se
dedicaba a labores del campo o ejercía funciones de secretario municipal con
las distintas administraciones municipales sin fijarse en la filiación política
de cada quién, pues todos eran sus amigos, y él que para entonces no ejercía
ningún cargo en el Municipio; asumió la Secretaría
con el aval de su experiencia e
imparcialidad. Otros ciudadanos no comprometidos con los grupos en pugna
ocuparon los demás puestos de la Administración
Civil. Poco tiempo después el presidente municipal depuesto y
sus colaboradores que fueron apresados con él salieron libres y regresaron a sus
hogares, pero ya no volvieron a sus cargos.
La
intranquilidad y la falta de seguridad imperaban en el pueblo. No transcurrió
mucho tiempo y nuevos hechos sangrientos conmovieron al pueblo. Isidro Cabrera
“Chido”, líder agrario petapense que vivía por el rumbo de Sarabia o Tolosita,
de quien se decía que estaba involucrado en los conflictos, fue asesinado.
Nicolás Garcìa “Lachi” que estuvo
encerrado en la casa de Alejandra Rivera hasta que él y sus acompañantes fueron
liberados por los soldados, murió de un escopetazo que le dispararon en pleno
día, en riña, frente a numeroso público cerca de la casa en donde
había estado secuestrado meses antes.
En
los años de 1951 a 1953 era inquietante la inestabilidad política en el pueblo.
El maestro Gustavo C. Hermesdorf, interesado desde años atrás en promover la
educación en el terruño, veía con preocupación la situación. En una de sus
cartas al autor de estas Memorias
expresó su preocupación por los nefastos hechos que alarmaban al pueblo.
Apoyado por un comité realizó una
intensa campaña en favor de la educación
con el propósito de terminar la
construcción del nuevo edificio escolar
Las acciones del Comitè deEducaciòn, de la Sociedad de Amigos de la Escuela y la presencia de la Sociedad de Estudiantes Petapenses, de cuyo seno
empezaban a surgir los primeros profesionales, ayudaron a crear un ambiente favorable a la
reconciliación.
Cuando
en 1955 se realizó la ceremonia de abanderamiento de la Escuela Primaria
Federal “Vicente Guerrero” promovida por el maestro Hermesdorf y la Sociedad de
Amigos de la Escuela, con la participación de
todo el pueblo sin bandería política,
se vio que las cosas iban mejorando. No obstante que el poder municipal
estaba en manos de sus oponentes, un numeroso contingente encabezado por
Cipriano Vásquez, haciendo a un lado los agravios recibidos años atrás, contribuyó al lucimiento de la
ceremonia. Fue emocionante ver al grupo desfilando por las calles para
dirigirse al acto y hacer entrega de un hermoso nicho de cedro rojo para el
lábaro patrio. Un mensaje de civismo de esa naturaleza fue bien vista y ayudó a
normalizar las relaciones sociales. A partir de entonces la calma volvió al
pueblo por un tiempo.
Por
ese mismo tiempo, la invasión de las tierras de Guivicía, patrimonio del
pueblo, por extraños que fundaron colonias en terrenos comunales, destruyendo
sembradíos de maíz y de cafetales, unificó al pueblo y se vivieron momentos
gratificantes de solidaridad en torno a los intereses legítimos de los
ciudadanos. Por cierto, se da a conocer la valiente defensa, fusil en mano y
con cartucho cortado, que hizo en Guivicía el líder Ángel Vásquez Santiago de
los derechos del pueblo frente a la guardia de federales que pretendían
desarmar a los campesinos de Petapa. *
·
Entrevista
realizada a Cesáreo García “Ito”.
.
RELATOS HISTORICOS DE
SANTA MARIA PETAPA, OAX. II
A fines del
siglo XIX no había banda de música en el pueblo; tampoco en los pueblos
vecinos. La más próxima era la de Tehuantepec. Las fiestas profanas
eran amenizadas con la música monótona de una flauta de carrizo y un
tambor La flauta la llamaban “huiilo” y el experto que la tocaba se
llamaba Esteban Mendoza y era apodado “Steba Huiilo”, pues era costumbre poner
a las personas, hombres generalmente, un sobrenombre que denotaba su
ocupación.; así a un asiduo cazador de venados le llamaron “Pedro Nbichina”,
No se conoce
la fecha exacta en que se fundó la banda de música del pueblo; probablemente
fue a principios del siglo XX. Un hombre progresista, don Erasmo C. Hermesdorf,
comerciante, hijo de alemán y de mujer petapense, con el apoyo del sacerdote
Porfirio Tirado, párroco del pueblo, organizó y financió la primera banda
filarmónica, con 23 campesinos que aprendieron
solfeo y a tocar los instrumentos propios de banda, como son: saxofón,
tuba, trombón, clarinete, soprano, trompeta, flauta, tambora, redoblante,
claves, platillos. El instructor de la
Banda fue un maestro músico de Tehuantepec, población que
tenía la mejor banda de música de la región.
Los primeros
músicos del pueblo fueron: Lázaro Orozco López, Francisco Domínguez, Marcelino
Lorenzo, Lucio Morales, Julián silva, Gregorio Girón, Manuel Tonel, Lucio
Vásquez, Ricardo Martínez, Leonardo
Ortiz, Braulio Juárez, Abundio Ruiz, Casimiro Mendoza, Aniceto Hernández,
Laureano Dehesa, Carlos López, Nicanor Lorenzo, Pedro Gutiérrez, Othón Cabrera,
Zenón Villagómez, Albino Ruiz y Leobardo Montero.
(*) Hermesdorf, Gustavo C., Breve Lista de Obras
Recomendables. Edición mimeográfica.
Petapa, Oax. 1970
A mediados del
siglo, la banda tenía ya muy poco integrantes.. La formaban algunos
descendientes de los antiguos filarmónicos y otros aficionados a la música;
Pedro Orozco, bajo; Luis Martínez, trompeta;
Estanislao Vázquez, clarinete; Aurelio Brabilla, batería; Salomón
Ramírez, saxofón; Alfredo Mendoza, soprano; Leopoldo Brabilla, trompeta; Juan Brabilla, tambora; Mateo Vázquez, trombón; Faustino Vázquez,
redoblante. Cien años después de fundada
la banda, a principios del siglo XIX, únicamente quedaban cuatro descendientes
de Lázaro y Pedro Orozco: Fleury, Víctor José y Lázaro.; fallecidos los dos
primeros, actualmente sobreviven José,
hijo de Pedro, y Lázaro, nieto del fundador del mismo nombre, los únicos
sostenedores de la tradición musical. Es necesaria una acción relevante para
renovar la tradición de una banda bien reconocida por sus méritos como lo fue
en la región la banda de música de
Petapa.
EL MESTIZAJE.
Actualmente es
difícil o casi imposible encontrar en
Petapa tipos indígenas
autóctonos; al igual que en la mayor parte del Estado de Oaxaca el mestizaje ha
operado transformando el perfil biológico de los pobladores, de tal manera
que hasta en los poblados más apartados se encuentran individuos con
características de las diversas razas. Hay
regiones, en varias zonas del Estado,
por ejemplo el Istmo de Tehuantepec y la Costa , en
que predominan mestizos cuyo físico recuerda a los nativos del viejo Continente. El Istmo de Tehuantepec
y el pueblo de Petapa, que está situado en medio de la región ístmica, ha sido
el crucero de todos los caminos, y viajeros de todos los rumbos se han
establecido aquí por el comercio, dando origen a un nutrido mestizaje que ha resultado realmente benéfico, pues ha conformado el temperamento y el carácter
positivo, libertario y emprendedor del
istmeño.
En Petapa lo
mismo se puede encontrar descendientes de la raza negra, que los de raza
blanca, quienes conservan en buen equilibrio las características de ambas etnias junto con las de origen zapoteca. En tiempos de la Colonia la presencia del
elemento español contribuyó al mestizaje en gran proporción; vino después la
invasión francesa y el contingente de
austriacos, argelinos y de otras etnias europeas que formaban el
ejército invasor contribuyó a la mezcla
de sangre. La presencia de los migrantes
de origen africano ó afrocaribeño en el Istmo y particularmente en el
pueblo vecino de El Barrio, aportó su
contribución al mestizaje. Otros
migrantes, alemanes, japoneses, chinos,
coreanos, turcos, libaneses, judíos, ingleses,
que desde el siglo XIX arribaron al Istmo generalmente para dedicarse al
comercio, hicieron crecer la variedad de
tipos humanos en la región. A raíz de la
inauguración del Ferrocarril Nacional de Tehuantepec, a principios del siglo
XIX, el poblado de Rincón Antonio, agencia municipal de Petapa, y el Llano Suchiapa donde se estableció el
principal taller o Casa Redonda del ferrocarril, se constituyeron en la sede de
una numerosa población de inmigrantes de todos los rumbos.