jueves, 4 de octubre de 2018

EL ESTADO LAICO Y LA LIBERTAD



                    EL ESTADO LAICO Y LA LIBERTAD

                                       Aurelio Altamirano Hernández


Cuando la sociedad se organiza  y crea las instituciones a las que  encomienda la dirección de sus destinos, surge  el  Estado y se transforma en realidad  la aspiración del pueblo a la libertad, su deseo  innato a la autodeterminación, que primero es instintiva y después consciencia plena de su derecho a regir la vida de la colectividad  en un  marco jurídico que garantiza el ejercicio de los derechos y deberes  sociales e individuales.

La evolución de las sociedades humanas en la línea del tiempo señala largos periodos  en los que se ha impuesto la ley del más fuerte con grave perjuicio de las libertades inherentes a la supervivencia y superación del ser humano. La ley natural invocada con frecuencia por quienes no encuentran otra explicación, ni mucho menos justificación, a la serie de injusticias que agobian a la humanidad en la hora presente, es sólo la  cruda expresión de la ley de la selva en donde la fiera devora a la pieza indefensa, es sólo la manifestación de la ley del océano en donde el pez grande se come al chico.

El surgimiento del Estado de derecho se da con la promulgación de las leyes fundamentales o Cartas magnas, así como de las leyes secundarias y de toda la normatividad que constituye el derecho positivo. Es precisamente la existencia del derecho positivo, el conjunto de normas que rigen la convivencia humana, lo que le da sentido racional y justiciero a la presencia de los órganos de gobierno en que se sustenta la acción del Estado.

Si  se  busca que el ejercicio de la libertad se realice  en toda su plenitud en un conglomerado humano,  es necesario que existan las condiciones materiales y morales para que los individuos disfruten en primer lugar de la libertad de consciencia. El derecho del hombre a creer o no creer es esencial para la práctica de las demás libertades.  Debe estar exento de ataduras para profesar su fe de hombre libre, su ideología política y su creencia religiosa y no ser víctima   de ninguna clase de discriminación por esos atributos morales o por  cualquier otra condición de carácter  físico o material. El Estado tiene el deber irrenunciable de garantizar la libertad de consciencia para constituirse en Estado de derecho.

La doctrina del laicismo establece como premisa la separación de las funciones del Estado y de las iglesias o asociaciones confesionales. La organización de la sociedad para darse el sistema gobierno que más conviene a su desarrollo,  debe tener el propósito de fundar sus planes  y programas en principios del pensamiento racional sancionados  por la ciencia y la tecnología y sustentados en la ética de una filosofía respetuosa de los derechos sociales e individuales.

Un Estado verdaderamente laico va más allá en la concepción de sus atribuciones, que no se circunscriben a la separación de la influencia de los credos religiosos de cualquier signo, sino que establece una clara independencia frente a las pasiones políticas desatadas para favorecer a partidos, las doctrinas económicas interesadas en sacralizar las leyes del mercado, o los movimientos sociales y culturales promovidos por grupos de interés.

En los momentos actuales en que una grave crisis de credibilidad agobia a los gobernantes, en que la corrupción en todos los  niveles de gobierno de muchos países exhibe una pérdida vergonzosa de los más caros valores que dan sentido moral a la existencia humana; en la hora actual en que las ideologías políticas que se consideraron paradigmáticas  para la democracia  naufragan en la mediocridad, el autoritarismo y la intervención, el abuso, la represión y un reformismo que atenta contra  el derecho de los pueblos al aprovechamiento de sus recursos naturales para el bienestar social, se hace indispensable que el Estado en todas sus expresiones formales, reconsidere su papel y anteponga los derechos sociales a los intereses particulares o de grupos.

En este escenario en que los intereses privados pretender usurpar el papel del Estado de derecho y minimizan la existencia de millones de seres que padecen hambre y son víctimas de otras graves injusticias; en la hora actual en que  ni las mismas religiones han  contribuido a remediar los males seculares que martirizan a la humanidad, antes, al contrario, se convierten en aliados y protectores de gobiernos impopulares, se hace más notoria la alianza tradicional entre los órganos de poder y los confesionales.

 Se observa con preocupación que cuando los gobiernos que no cuentan con el apoyo popular, que no pueden realizar  concentraciones  cívicas masivas para dar una imagen de popularidad  o para demostrar la protesta del pueblo frente a las agresiones de los imperios económicos, recurren  a  manifestaciones masivas de fe religiosa en las que se exhiben sus representantes como protagonistas en un vano intento de exhibir una popularidad inexistente.

Los partidos políticos en muchas regiones del planeta han perdido su representatividad, se han convertido en simples manipuladores de la opinión pública. El atributo principal de un partido como interlocutor de la sociedad frente al gobierno se ha perdido en el océano de las ambiciones personales y de grupo. Se convierten en aliados incondicionales del gobierno en turno y en reclutadores de incautos que luego van a votar a favor de sus propios verdugos.

En este contexto,  el Estado laico que se precie de cumplir con  su papel rector en todos los aspectos fundamentales de la vida de la nación a su cargo, debe asumir con responsabilidad el deber de proteger la libertad,  la  soberanía, la independencia y la autodeterminación del pueblo frente a las acechanzas de sus enemigos tradicionales.

Córdoba, Ver., 24 de junio de 2018.