LA
ECONOMÍA Y LA EDUCACIÓN.
Por
Aurelio Altamirano Hernández
En los momentos
actuales, en que se nota la agudización de la crisis de los valores morales y
el inminente naufragio de los ideales y de las conquistas mejores de la
Humanidad en el océano de la mediocridad y de la criminalidad desenfrenada,
resalta la importancia de la educación como instrumento necesario al buen encauzamiento
de la conducta humana.
La educación del hombre es el conjunto de
los principios morales que rigen su vida con normas de elevación espiritual,
ajena a los fanatismos, y de los conocimientos prácticos e intelectuales que
forman de su persona un elemento útil a sí mismo y a la sociedad en general.
Ese concepto elemental y básico de la
educación no debe mixtificarse con la adopción en torno a ella de posturas
inspiradas en ideas que en vez de contribuir al logro del forjamiento de las
personalidades útiles que la sociedad requiere, instituyen como regla la
formación de elementos deformes, incompletos o mal orientados que solo van a
engrosar las filas de la delincuencia y del parasitismo social.
No se aspira a la formación de legiones
geniales en nuestras aulas, no se busca la integración de excepcionales
mentalidades en serie en nuestros planteles, pero es meta de la educación actual estructurar las
personalidades de utilidad social que el desarrollo de la técnica, de la
ciencia y del arte requiere de manera urgente para su perenne superación.
La educación de la mente y del organismo
físico constituye la máxima esperanza de la Humanidad para la formación de
avanzadas generaciones que perpetúe su marcha ascensional en el devenir del
mundo, de tal manera que ante la importancia vital de la educación y de la
necesidad de su incremento resultan siempre pequeños todos los esfuerzos,
escasos todos los recursos e incompletas todas las realizaciones.
La noble ciencia de la educación, como
superestructura social, necesita para su auge en beneficio de las amplias capas
de la población, de un acondicionamiento adecuado en los puntos básicos de la
vida de la sociedad, que son: la economía y la administración de ésta y de sus
consecuencias, que es la que constituye propiamente la política. Es por esto
que una revolución social, cuando quiere llenar íntegramente su cometido
modifica juntamente con métodos, planes y programas educativos, todo el
engranaje que mueve al sistema de producción y de distribución de las riquezas
sociales, porque así se modifica de raíz la situación, en vista de que aquel
engranaje es el que condiciona todas las formas de vida social, y de la
política progresista que se aplique al mismo dependerá una existencia mejor y
una educación verdaderamente satisfactoria de los más caros intereses
colectivos y de la cultura misma.
Las recientes declaraciones de las
autoridades educativas a la prensa nacional, sobre el carácter y las
proporciones del problema de la educación en el país, coinciden, por fortuna,
en el fondo con tesis sustentada por la mejor fundada doctrina que guía el
estudio de los fenómenos sociales, en el sentido de que otorga a la realidad
económica su importancia como factor que decide la conformación de las
superestructura sociales, de entre las cuales la educación ocupa señalado lugar.
Esencialmente, el carácter del problema
educativo en nuestro país es de tipo económico. No hace falta en México
orientación magnífica a la tarea de educar a las nuevas generaciones, ni falta
voluntad ni escasean aspiraciones mayúsculas en el ánimo de nuestro pueblo;
tampoco nos faltan intelectos capaces de iniciar y continuar una próspera
marcha de la educación y de la cultura
en general, porque lo que es en México, como digno ejemplo de las países
latinoamericanos que luchan por conquistar mejores posiciones en el concierto
de las naciones civilizadas y que no desmerecen al lado de las mejores
potencias del mundo, existen insospechadas aptitudes en el material humano, que
se encuentra presto a integrar las legiones avanzadas de la cultura moderna.
Nuestras luchas por mejorar el nivel
cultural del pueblo, reconocen en esencia como base para la obtención de sus óptimos
frutos, la transformación positiva de la economía nacional, el acondicionamiento
adecuado de las capacidades naturales del medio para la satisfacción de todas las necesidades
mediatas e inmediatas de la sociedad; y la educación, que comprenden un amplio
aspecto del problema de mejorar las condiciones de vida humana, tiene que
remitirse necesariamente, en los principios causales de naturaleza, a la base
de toda conformación social que es la economía.
Los elementos de la educación ya han
prendido en las mentes y en la acción de los mexicanos. Lo que hace falta es
orientar esa considerable preparación del pueblo hacia el propósito de mejorar
el acrecentamiento inmediato de los bienes nacionales, por cuantos medios sea
posible, como paso para consolidar un poderío económico que haga posible el
florecimiento de las formas superiores de cultura.
El pueblo mexicano aspira a la integración
de una educación verdaderamente superior; pero esa educación no se logrará si
no se aprovechan los rudimentos que se tienen para afirmar la capacidad del
pueblo y satisfacer sus necesidades inmediatas. Hay que orientar las
actividades hacia el fin aquél con los elementos de que se dispone.
La educación resulta más que nunca
necesaria en los momentos críticos que vive la Humanidad y si para su
desarrollo en términos mejores y hacia metas más elevadas, se sacrifican otros
anhelos no inmediatos y si su atención se cobra también con tributos del
heroísmo y de la mártir abnegación, se puede decir, aun así, que cuanto por
ella se hace será poco todavía, aunque muy significativo, pues toda
intensificación de la labor educativa encuentra recompensa en el mejoramiento
continuo de las posibilidades de acrecentar la felicidad del hombre.
NOVEDADES,
19 DE ABRIL DE 1957.