miércoles, 23 de diciembre de 2015

EN TORNO A LA DISCRIMINACION RACIAL


EN TORNO A LA DISCRIMINACIÓN RACIAL

Aurelio Altamirano Hernández.

            Hay sociedades humanas mejor evolucionadas en una determinada época de la historia, pero no precisamente superiores por esa circunstancia temporal.

            El concepto antiguo de raza se ha diluido ya en la doctrina que considera a los hombres como seres identificados por las mismas razones biológicas, sujetas a diferenciaciones que tienen su causa en las diversas condiciones del medio geográfico y social; por eso, resulta completamente equívoca la posición de los exaltados racistas que sostienen el imperio de la sinrazón, tratando de rebajar la categoría humana de los hombres que no tienen la culpa de tener la piel obscura y a quienes las condiciones adversas y no superadas aún de su medio ambiente, no han dado todavía la oportunidad de marcar una etapa progresista y característica en la historia de la humanidad.

            No hay razas superiores, porque para que existieran como tales, habría que admitir la cultura y la civilización humanas como producto de una secta determinada, de un conjunto único y exclusivo de individuos situados en determinada extensión del mundo y creadores de los hechos superiores en todos los tiempos de la historia. Cosa errónea, equívoco tremendo, cuestión rayana en la demencia es defender que determinado pueblo ocupe una posición superior en esencia sobre los demás pueblos, tan sólo porque un desarrollo económico y cultural, bien dirigido y mejor aprovechado le ha concedido la oportunidad de manifestar las potencias creadoras que laten por igual en todos los hombres sanos de cuerpo y de espíritu, sin distinción de épocas y lugares.

            La discriminación racial presenta numerosos aspectos que reconocen como causas fundamentales, entre otras más, el temor de las clases dominantes a ser desalojadas de sus elevados estrados sociales, por las que ocupan planos inferiores de evolución económica y cultural, y a la fatalidad que siempre ha victimado a la humanidad: su egoísmo, su vanidad y su falso orgullo, que conduce a los hombres a celar exageradamente su amor propio y a no conceder beligerancia, en muchas ocasiones, a otros que pueden deslumbrar con su personalidad.

            Lo del color de la piel es sólo un pretexto más notable que ha dado cima a la persecución de los individuos que claman en todos los tonos por el progreso económico y cultural de sus pueblos. Los negros, hombres también valiosos por sus potencias, unas manifiestas y otras ocultas aún, no han logrado imponerse a las circunstancias adversas del medio geográfico y social en que se desarrollan sus actividades y por esa razón se le ve erróneamente en un plano de inferioridad, que no tiene nada de particular por cuanto es equivalente a los que ocupan otras sociedades humanas sub-desarrolladas, repartidas en todo el mundo.



            Las diversas etapas que han vivido los pueblos hasta llegar a consolidar la civilización actual –que es una síntesis ampliamente elaborada de culturas heterogéneas--, demuestran claramente que la historia pasada, presente y futura de las sociedades humanas presenta subdivisiones que han sido ocupadas, lo están actualmente y lo estarán en los años venideros, por determinados pueblos que se van turnando en la dirección de los destinos humanos.

            Lo mismo se presenta la discriminación en las primeras culturas humanas, como en las más recientes organizaciones culturales de los hombres, porque las desigualdades de las condiciones particulares de vida, tanto individual como colectiva, han sido el eterno dolor de cabeza de los pueblos y el motivo de que ocurran choques ideológicos y armados cada vez más trágicos y desalentadores.

            Lo mismo se discrimina al pobre, así su color sea blanco, que al negro adinerado; al indio que viste calzones y lleva huaraches; a un positivo valor de la ciencia o del arte, tan sólo porque no firma con nombre exótico o no tiene la presencia física de los sabios de historietas; se discrimina al hombre honesto porque no se presta a maniobras sucias; a la dama culta, científica o artista verdadera, tan sólo porque no luce magnificas piernas o cara atractiva, y a muchos ejemplos dignos, que por simple prejuicios arraigados hondamente en las conciencias enfermas, no se les concede todo su valor e importancia.

            La persecución de que se hace víctima a los negros es únicamente una muestra candente de la persecución –velada unas veces y otras manifiesta en toda su indignante crudeza--, con que se molesta a cada rato a los hombres y a los pueblos, que luchan por  su liberación económica y moral y anhelan ocupar en el concierto de los pueblos, el lugar que les corresponde para contribuir a mejorar la vida y la cultura. Eso es algo de lo que debe decirse en todo los tonos los tiempos y lugares para aclarar las causas de la vergonzante posición de quienes cierran sus universidades a los negros, los apedrean y los persiguen con armas en la mano, y para orientar al mismo tiempo las energías que buscan desterrar la discriminación racial en todas sus formas, hablando con la verdad y sobre la realidad de los hechos.
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NOVEDADES, Sábado 21 de Septiembre de 1957.




LOS NIÑOS POBRES

 LOS NIÑOS POBRES

         Cada vez que se celebran las fiestas tradicionales, como las que hace unos cuantos días llenaban de luz y colorido los hogares de medio mundo; cada vez que los grupos humanos pretenden rendir culto especial, (y a veces logran enaltecer) a la amistad, al amor y a todos los bienes morales del hombre, con ceremonias y cumplidos convencionales que parecen hablar de las grandezas de la vida, se ponen también de relieve, por razón de los contrastes naturales, las miserias espantosas de la condición humana.

         El idealismo sensato, el idealismo racional que no se deshace en vaniloquios y que significa una aspiración humana hacia lo grande de la vida que es la superación incesante de sus conquistas materiales y morales, alcanza cimas inconmensurables cuando intenta sobreponerse a la mezquindades del mundo y de la vida; pero a la vez, tropieza con obstáculos serios, representados por las mundanerías que detienen hasta la desesperación, la marcha hacia la conquista de la felicidad común, es por eso que vemos lastimosos contrastes en la vida social, como ese de los grupos privilegiados frente a la miseria de las masas populares.

         Hay muchos ejemplos de la magnífica capacidad del hombre, para imponerse a las circunstancias adversas de la naturaleza, para sacar avante sus ideales de predominio; pero hay cosas ante las cuales, la obra humana resulta estéril, vana y hasta imbécil, como es ante ese problema secular de las injusticias sociales.

         Se ha dicho que el disfrute de los bienes de la vida no es para los flojos y los tontos, y se tiene razón para decirlo; pero hay más de cierto en el hecho de que, donde más hace falta el goce de la mínima felicidad a que se tiene derecho como humano, se presentan también magníficos ejemplos de amor al trabajo y al estudio y no escasa capacidad para el desempeño de labores importantes, como lo puede demostrar el estudio de las condiciones en que realizan sus actividades considerables núcleos de población trabajadora.

         Pero, una desigualdad social que se alimenta en su filosofía hasta por los postulados de una matemática que finca sus elucubraciones modernas en una desigualdad sistemática de los objetos universales,  se muestra en toda su desnudez en la hora presente, con perfiles quizás más trágicos que los de ayer y con su cauda de males que aparentemente no tienen solución acertada, y en este panorama de miseria, entre otras víctimas de las injusticias humanas, están los niños pobres, los inocentes que no tienen culpa alguna de la mala distribución de los bienes de la tierra y que tienen que cargar desde su tierna edad con el peso de las injustas soluciones que se dan a los problemas sociales.

         Niños sin pan, niños que sufren la desnutrición porque los ingresos del hogar no alcanzan para una buena alimentación, niños que visten mal porque el presupuesto familiar no da para ropas mejores, niños que tiene que conformarse con cajas vacías o con flores secas por juguetes, niños que no van a la escuela porque no pueden ir a ella semidesnudos, hambrientos y sin libros… niños pobres que no llevan encima nada más que la esperanza de que en lo recóndito de sus endebles figuras se escondan los gérmenes de portentos intelectuales, de gigantes del pensamiento y de la acción y hasta de genios quizás… esas son las víctimas inocentes de las injusticias humanas.

         Cada niño pobre es una bofetada a la hipocresía de los hombres, un reproche amargo al innoble afán de unos cuantos por quitarles a los demás, para la satisfacción de su egoísmo, lo que es de todos y para beneficio de todos.

         La caridad a los niños pobres, es un paliativo que no debe seguirse practicando bajo la errónea creencia que le otorga la categoría de solución definitiva a los problemas de la miseria.

         Se hace necesario reconocer que la caridad por sí sola y por bien intencionada que sea no resuelve nada en definitiva. La limosna no es la solución que debe darse a los problemas de la gente que tiene hambre y sed de gozar siquiera lo mínimo justo de la vida efímera. Lo que es urgente es que se propicie la participación de todos en la tarea común de superación, dándoles la preparación necesaria y la oportunidad debida para servir a la cultura y a la economía, para que así reciban en cambio de su aportación a los avances humanos y conforme a sus necesidades, la parte justa que les corresponde en el disfrute de los bienes producidos.


“NOVEDADES”,  México, D.F., 20 de Enero de 1958.