miércoles, 23 de diciembre de 2015

LOS NIÑOS POBRES

 LOS NIÑOS POBRES

         Cada vez que se celebran las fiestas tradicionales, como las que hace unos cuantos días llenaban de luz y colorido los hogares de medio mundo; cada vez que los grupos humanos pretenden rendir culto especial, (y a veces logran enaltecer) a la amistad, al amor y a todos los bienes morales del hombre, con ceremonias y cumplidos convencionales que parecen hablar de las grandezas de la vida, se ponen también de relieve, por razón de los contrastes naturales, las miserias espantosas de la condición humana.

         El idealismo sensato, el idealismo racional que no se deshace en vaniloquios y que significa una aspiración humana hacia lo grande de la vida que es la superación incesante de sus conquistas materiales y morales, alcanza cimas inconmensurables cuando intenta sobreponerse a la mezquindades del mundo y de la vida; pero a la vez, tropieza con obstáculos serios, representados por las mundanerías que detienen hasta la desesperación, la marcha hacia la conquista de la felicidad común, es por eso que vemos lastimosos contrastes en la vida social, como ese de los grupos privilegiados frente a la miseria de las masas populares.

         Hay muchos ejemplos de la magnífica capacidad del hombre, para imponerse a las circunstancias adversas de la naturaleza, para sacar avante sus ideales de predominio; pero hay cosas ante las cuales, la obra humana resulta estéril, vana y hasta imbécil, como es ante ese problema secular de las injusticias sociales.

         Se ha dicho que el disfrute de los bienes de la vida no es para los flojos y los tontos, y se tiene razón para decirlo; pero hay más de cierto en el hecho de que, donde más hace falta el goce de la mínima felicidad a que se tiene derecho como humano, se presentan también magníficos ejemplos de amor al trabajo y al estudio y no escasa capacidad para el desempeño de labores importantes, como lo puede demostrar el estudio de las condiciones en que realizan sus actividades considerables núcleos de población trabajadora.

         Pero, una desigualdad social que se alimenta en su filosofía hasta por los postulados de una matemática que finca sus elucubraciones modernas en una desigualdad sistemática de los objetos universales,  se muestra en toda su desnudez en la hora presente, con perfiles quizás más trágicos que los de ayer y con su cauda de males que aparentemente no tienen solución acertada, y en este panorama de miseria, entre otras víctimas de las injusticias humanas, están los niños pobres, los inocentes que no tienen culpa alguna de la mala distribución de los bienes de la tierra y que tienen que cargar desde su tierna edad con el peso de las injustas soluciones que se dan a los problemas sociales.

         Niños sin pan, niños que sufren la desnutrición porque los ingresos del hogar no alcanzan para una buena alimentación, niños que visten mal porque el presupuesto familiar no da para ropas mejores, niños que tiene que conformarse con cajas vacías o con flores secas por juguetes, niños que no van a la escuela porque no pueden ir a ella semidesnudos, hambrientos y sin libros… niños pobres que no llevan encima nada más que la esperanza de que en lo recóndito de sus endebles figuras se escondan los gérmenes de portentos intelectuales, de gigantes del pensamiento y de la acción y hasta de genios quizás… esas son las víctimas inocentes de las injusticias humanas.

         Cada niño pobre es una bofetada a la hipocresía de los hombres, un reproche amargo al innoble afán de unos cuantos por quitarles a los demás, para la satisfacción de su egoísmo, lo que es de todos y para beneficio de todos.

         La caridad a los niños pobres, es un paliativo que no debe seguirse practicando bajo la errónea creencia que le otorga la categoría de solución definitiva a los problemas de la miseria.

         Se hace necesario reconocer que la caridad por sí sola y por bien intencionada que sea no resuelve nada en definitiva. La limosna no es la solución que debe darse a los problemas de la gente que tiene hambre y sed de gozar siquiera lo mínimo justo de la vida efímera. Lo que es urgente es que se propicie la participación de todos en la tarea común de superación, dándoles la preparación necesaria y la oportunidad debida para servir a la cultura y a la economía, para que así reciban en cambio de su aportación a los avances humanos y conforme a sus necesidades, la parte justa que les corresponde en el disfrute de los bienes producidos.


“NOVEDADES”,  México, D.F., 20 de Enero de 1958.


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