LOS
NIÑOS POBRES
Cada vez que se celebran las fiestas
tradicionales, como las que hace unos cuantos días llenaban de luz y colorido
los hogares de medio mundo; cada vez que los grupos humanos pretenden rendir
culto especial, (y a veces logran enaltecer) a la amistad, al amor y a todos
los bienes morales del hombre, con ceremonias y cumplidos convencionales que
parecen hablar de las grandezas de la vida, se ponen también de relieve, por
razón de los contrastes naturales, las miserias espantosas de la condición
humana.
El idealismo sensato, el idealismo
racional que no se deshace en vaniloquios y que significa una aspiración humana
hacia lo grande de la vida que es la superación incesante de sus conquistas
materiales y morales, alcanza cimas inconmensurables cuando intenta
sobreponerse a la mezquindades del mundo y de la vida; pero a la vez, tropieza
con obstáculos serios, representados por las mundanerías que detienen hasta la
desesperación, la marcha hacia la conquista de la felicidad común, es por eso
que vemos lastimosos contrastes en la vida social, como ese de los grupos
privilegiados frente a la miseria de las masas populares.
Hay muchos ejemplos de la magnífica
capacidad del hombre, para imponerse a las circunstancias adversas de la naturaleza,
para sacar avante sus ideales de predominio; pero hay cosas ante las cuales, la
obra humana resulta estéril, vana y hasta imbécil, como es ante ese problema
secular de las injusticias sociales.
Se ha dicho que el disfrute de los
bienes de la vida no es para los flojos y los tontos, y se tiene razón para
decirlo; pero hay más de cierto en el hecho de que, donde más hace falta el
goce de la mínima felicidad a que se tiene derecho como humano, se presentan
también magníficos ejemplos de amor al trabajo y al estudio y no escasa
capacidad para el desempeño de labores importantes, como lo puede demostrar el
estudio de las condiciones en que realizan sus actividades considerables
núcleos de población trabajadora.
Pero, una desigualdad social que se
alimenta en su filosofía hasta por los postulados de una matemática que finca
sus elucubraciones modernas en una desigualdad sistemática de los objetos
universales, se muestra en toda su
desnudez en la hora presente, con perfiles quizás más trágicos que los de ayer
y con su cauda de males que aparentemente no tienen solución acertada, y en
este panorama de miseria, entre otras víctimas de las injusticias humanas,
están los niños pobres, los inocentes que no tienen culpa alguna de la mala
distribución de los bienes de la tierra y que tienen que cargar desde su tierna
edad con el peso de las injustas soluciones que se dan a los problemas
sociales.
Niños sin pan, niños que sufren la
desnutrición porque los ingresos del hogar no alcanzan para una buena
alimentación, niños que visten mal porque el presupuesto familiar no da para
ropas mejores, niños que tiene que conformarse con cajas vacías o con flores
secas por juguetes, niños que no van a la escuela porque no pueden ir a ella
semidesnudos, hambrientos y sin libros… niños pobres que no llevan encima nada
más que la esperanza de que en lo recóndito de sus endebles figuras se escondan
los gérmenes de portentos intelectuales, de gigantes del pensamiento y de la
acción y hasta de genios quizás… esas son las víctimas inocentes de las
injusticias humanas.
Cada niño pobre es una bofetada a la
hipocresía de los hombres, un reproche amargo al innoble afán de unos cuantos
por quitarles a los demás, para la satisfacción de su egoísmo, lo que es de
todos y para beneficio de todos.
La caridad a los niños pobres, es un
paliativo que no debe seguirse practicando bajo la errónea creencia que le
otorga la categoría de solución definitiva a los problemas de la miseria.
Se hace necesario reconocer que la
caridad por sí sola y por bien intencionada que sea no resuelve nada en
definitiva. La limosna no es la solución que debe darse a los problemas de la
gente que tiene hambre y sed de gozar siquiera lo mínimo justo de la vida
efímera. Lo que es urgente es que se propicie la participación de todos en la
tarea común de superación, dándoles la preparación necesaria y la oportunidad
debida para servir a la cultura y a la economía, para que así reciban en cambio
de su aportación a los avances humanos y conforme a sus necesidades, la parte
justa que les corresponde en el disfrute de los bienes producidos.
“NOVEDADES”, México, D.F., 20 de Enero de 1958.
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