miércoles, 23 de diciembre de 2015

EN TORNO A LA DISCRIMINACION RACIAL


EN TORNO A LA DISCRIMINACIÓN RACIAL

Aurelio Altamirano Hernández.

            Hay sociedades humanas mejor evolucionadas en una determinada época de la historia, pero no precisamente superiores por esa circunstancia temporal.

            El concepto antiguo de raza se ha diluido ya en la doctrina que considera a los hombres como seres identificados por las mismas razones biológicas, sujetas a diferenciaciones que tienen su causa en las diversas condiciones del medio geográfico y social; por eso, resulta completamente equívoca la posición de los exaltados racistas que sostienen el imperio de la sinrazón, tratando de rebajar la categoría humana de los hombres que no tienen la culpa de tener la piel obscura y a quienes las condiciones adversas y no superadas aún de su medio ambiente, no han dado todavía la oportunidad de marcar una etapa progresista y característica en la historia de la humanidad.

            No hay razas superiores, porque para que existieran como tales, habría que admitir la cultura y la civilización humanas como producto de una secta determinada, de un conjunto único y exclusivo de individuos situados en determinada extensión del mundo y creadores de los hechos superiores en todos los tiempos de la historia. Cosa errónea, equívoco tremendo, cuestión rayana en la demencia es defender que determinado pueblo ocupe una posición superior en esencia sobre los demás pueblos, tan sólo porque un desarrollo económico y cultural, bien dirigido y mejor aprovechado le ha concedido la oportunidad de manifestar las potencias creadoras que laten por igual en todos los hombres sanos de cuerpo y de espíritu, sin distinción de épocas y lugares.

            La discriminación racial presenta numerosos aspectos que reconocen como causas fundamentales, entre otras más, el temor de las clases dominantes a ser desalojadas de sus elevados estrados sociales, por las que ocupan planos inferiores de evolución económica y cultural, y a la fatalidad que siempre ha victimado a la humanidad: su egoísmo, su vanidad y su falso orgullo, que conduce a los hombres a celar exageradamente su amor propio y a no conceder beligerancia, en muchas ocasiones, a otros que pueden deslumbrar con su personalidad.

            Lo del color de la piel es sólo un pretexto más notable que ha dado cima a la persecución de los individuos que claman en todos los tonos por el progreso económico y cultural de sus pueblos. Los negros, hombres también valiosos por sus potencias, unas manifiestas y otras ocultas aún, no han logrado imponerse a las circunstancias adversas del medio geográfico y social en que se desarrollan sus actividades y por esa razón se le ve erróneamente en un plano de inferioridad, que no tiene nada de particular por cuanto es equivalente a los que ocupan otras sociedades humanas sub-desarrolladas, repartidas en todo el mundo.



            Las diversas etapas que han vivido los pueblos hasta llegar a consolidar la civilización actual –que es una síntesis ampliamente elaborada de culturas heterogéneas--, demuestran claramente que la historia pasada, presente y futura de las sociedades humanas presenta subdivisiones que han sido ocupadas, lo están actualmente y lo estarán en los años venideros, por determinados pueblos que se van turnando en la dirección de los destinos humanos.

            Lo mismo se presenta la discriminación en las primeras culturas humanas, como en las más recientes organizaciones culturales de los hombres, porque las desigualdades de las condiciones particulares de vida, tanto individual como colectiva, han sido el eterno dolor de cabeza de los pueblos y el motivo de que ocurran choques ideológicos y armados cada vez más trágicos y desalentadores.

            Lo mismo se discrimina al pobre, así su color sea blanco, que al negro adinerado; al indio que viste calzones y lleva huaraches; a un positivo valor de la ciencia o del arte, tan sólo porque no firma con nombre exótico o no tiene la presencia física de los sabios de historietas; se discrimina al hombre honesto porque no se presta a maniobras sucias; a la dama culta, científica o artista verdadera, tan sólo porque no luce magnificas piernas o cara atractiva, y a muchos ejemplos dignos, que por simple prejuicios arraigados hondamente en las conciencias enfermas, no se les concede todo su valor e importancia.

            La persecución de que se hace víctima a los negros es únicamente una muestra candente de la persecución –velada unas veces y otras manifiesta en toda su indignante crudeza--, con que se molesta a cada rato a los hombres y a los pueblos, que luchan por  su liberación económica y moral y anhelan ocupar en el concierto de los pueblos, el lugar que les corresponde para contribuir a mejorar la vida y la cultura. Eso es algo de lo que debe decirse en todo los tonos los tiempos y lugares para aclarar las causas de la vergonzante posición de quienes cierran sus universidades a los negros, los apedrean y los persiguen con armas en la mano, y para orientar al mismo tiempo las energías que buscan desterrar la discriminación racial en todas sus formas, hablando con la verdad y sobre la realidad de los hechos.
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NOVEDADES, Sábado 21 de Septiembre de 1957.




LOS NIÑOS POBRES

 LOS NIÑOS POBRES

         Cada vez que se celebran las fiestas tradicionales, como las que hace unos cuantos días llenaban de luz y colorido los hogares de medio mundo; cada vez que los grupos humanos pretenden rendir culto especial, (y a veces logran enaltecer) a la amistad, al amor y a todos los bienes morales del hombre, con ceremonias y cumplidos convencionales que parecen hablar de las grandezas de la vida, se ponen también de relieve, por razón de los contrastes naturales, las miserias espantosas de la condición humana.

         El idealismo sensato, el idealismo racional que no se deshace en vaniloquios y que significa una aspiración humana hacia lo grande de la vida que es la superación incesante de sus conquistas materiales y morales, alcanza cimas inconmensurables cuando intenta sobreponerse a la mezquindades del mundo y de la vida; pero a la vez, tropieza con obstáculos serios, representados por las mundanerías que detienen hasta la desesperación, la marcha hacia la conquista de la felicidad común, es por eso que vemos lastimosos contrastes en la vida social, como ese de los grupos privilegiados frente a la miseria de las masas populares.

         Hay muchos ejemplos de la magnífica capacidad del hombre, para imponerse a las circunstancias adversas de la naturaleza, para sacar avante sus ideales de predominio; pero hay cosas ante las cuales, la obra humana resulta estéril, vana y hasta imbécil, como es ante ese problema secular de las injusticias sociales.

         Se ha dicho que el disfrute de los bienes de la vida no es para los flojos y los tontos, y se tiene razón para decirlo; pero hay más de cierto en el hecho de que, donde más hace falta el goce de la mínima felicidad a que se tiene derecho como humano, se presentan también magníficos ejemplos de amor al trabajo y al estudio y no escasa capacidad para el desempeño de labores importantes, como lo puede demostrar el estudio de las condiciones en que realizan sus actividades considerables núcleos de población trabajadora.

         Pero, una desigualdad social que se alimenta en su filosofía hasta por los postulados de una matemática que finca sus elucubraciones modernas en una desigualdad sistemática de los objetos universales,  se muestra en toda su desnudez en la hora presente, con perfiles quizás más trágicos que los de ayer y con su cauda de males que aparentemente no tienen solución acertada, y en este panorama de miseria, entre otras víctimas de las injusticias humanas, están los niños pobres, los inocentes que no tienen culpa alguna de la mala distribución de los bienes de la tierra y que tienen que cargar desde su tierna edad con el peso de las injustas soluciones que se dan a los problemas sociales.

         Niños sin pan, niños que sufren la desnutrición porque los ingresos del hogar no alcanzan para una buena alimentación, niños que visten mal porque el presupuesto familiar no da para ropas mejores, niños que tiene que conformarse con cajas vacías o con flores secas por juguetes, niños que no van a la escuela porque no pueden ir a ella semidesnudos, hambrientos y sin libros… niños pobres que no llevan encima nada más que la esperanza de que en lo recóndito de sus endebles figuras se escondan los gérmenes de portentos intelectuales, de gigantes del pensamiento y de la acción y hasta de genios quizás… esas son las víctimas inocentes de las injusticias humanas.

         Cada niño pobre es una bofetada a la hipocresía de los hombres, un reproche amargo al innoble afán de unos cuantos por quitarles a los demás, para la satisfacción de su egoísmo, lo que es de todos y para beneficio de todos.

         La caridad a los niños pobres, es un paliativo que no debe seguirse practicando bajo la errónea creencia que le otorga la categoría de solución definitiva a los problemas de la miseria.

         Se hace necesario reconocer que la caridad por sí sola y por bien intencionada que sea no resuelve nada en definitiva. La limosna no es la solución que debe darse a los problemas de la gente que tiene hambre y sed de gozar siquiera lo mínimo justo de la vida efímera. Lo que es urgente es que se propicie la participación de todos en la tarea común de superación, dándoles la preparación necesaria y la oportunidad debida para servir a la cultura y a la economía, para que así reciban en cambio de su aportación a los avances humanos y conforme a sus necesidades, la parte justa que les corresponde en el disfrute de los bienes producidos.


“NOVEDADES”,  México, D.F., 20 de Enero de 1958.


sábado, 7 de noviembre de 2015

DE PLATÓN A DESCARTES



DE PLATÓN A DESCARTES

Por Aurelio Altamirano Hernández

         Los orígenes de la temática de la filosofía reconocen, según Platón, el asombro como causa principal que lleva al hombre a tratar de explicarse el mundo físico y moral que le rodea.

         Tal vez, en un principio, la raíz de la filosofía tuvo que ser la necesidad de satisfacer inmediatas urgencias de carácter físico y, posteriormente, a medida que evolucionaba con el hombre la realidad de su mundo material e intelectual, las causas y los fines de la filosofía tuvieron que cambiar también para enfocarse hacia la solución de problemas nuevos, pero siempre obedeciendo a los dictados de una necesidad real y de solución más o menos urgente.

         Contrariamente a lo que Platón afirma, el asombro por sí solo  parece  insuficiente como causa de una cadena de acciones físicas y de la mente para explicar las causas de los fenómenos naturales; más bien es la necesidad de esclarecer el objeto de ese asombro la que origina la especulación filosófica. Las formas rudimentarias del asombro son susceptibles de hallarse en casi todas las especies del reino animal; pero es en el hombre, donde encontramos el tipo de asombro que produce la inquietud filosófica.

         Luego, para justificar el concepto platónico sobre el  origen de la filosofía, hay que considerar un asombro seguido  de la necesidad de investigar, distinto del asombro que divierte o preocupa sin ningún interés superior.

         Sin duda, fue  el mundo físico el que primero llamó la atención del hombre, para crear en él la idea del mundo de la objetividad, de un mundo real en donde él era importante hasta cierto grado para intervenir en la regulación de los fenómenos naturales, pero también donde, abandonando él el intento de dominar la naturaleza mediante fórmulas mágicas, podría con el tiempo llegar a ocupar una situación eminente como factor de la misma para encauzar hacia fines determinados su transformación perenne e inevitable.

         Posteriormente el hombre se vio obligado a considerar al mismo tiempo que el mundo externo que le rodeaba, su mundo interior, el cosmos subjetivo que tampoco escapaba, como el otro, a la influencia de leyes determinadas que la rescataban de una supuesta caótica transformación, pero que, a diferencia de aquél, se encuentra más cerca de su pensamiento y quizás, como producto de él mismo, más cerca de su influencia, de su conocimiento, de su dominio absoluto, aunque la misma realidad haya mostrado siempre su incapacidad de contar con una absoluta libertad de acción.

         Inicialmente, el hombre atribuye a una supuesta divinidad el origen de los mundos físico y moral, como lo encontramos en casi todas las religiones, a un ser sobrenatural que es responsable tanto del uno como del otro y que gobierna a su voluntad, relegando al universo, incluido el hombre, a la categoría de simple objeto movido por una fuerza superior que viene de lo incógnito.

         La preocupación del hombre para saltar encima de esta limitada concepción, aparece cuando siente la necesidad de construir un método para superarla, y es en la filosofía griega, mediante síntesis de la metafísica aristotélica y la teoría de Platón sobre las ideas, donde cristaliza este anhelo en el concepto fundamental del “logos”, que significa una admirable conquista en la tarea de erigir una filosofía exacta de la naturaleza y de la cultura humana.

         En la versión primitiva de “logos” que nos presenta la filosofía de Heráclito   en la investigación del “qué”, del “cómo” y del “porqué” de las cosas, se advierte su significado como la substracción del estudio de la naturaleza y de la cultura, de la influencia de las percepciones, para encuadrarlo en los dominios del pensamiento puro, “único capaz de liberar al hombre de las limitaciones de su individualidad”.

         El concepto griego de la razón, determinó que la filosofía virara hacia un rumbo nuevo, en el sentido de que el estudio del universo tiene que ser natural y legítimo en sus consecuencias, sin mistificaciones de la fantasía y de lo irracional que está en pugna con la naturaleza misma.

         A este respecto, el cristianismo, no obstante su oposición al intelectualismo de la filosofía griega, no deja de fundamentar en el “logos” su pensamiento filosófico, si bien su concepto de “logos” expuesto en el Evangelio de San Juan, y el concepto griego del mismo, son irreconciliables.

         En la filosofía griega, el Ser y la Verdad se identifican, consolidando el concepto de la unidad cósmica; pero la filosofía cristiana, instituyendo un dualismo artificioso del mundo, con la concepción de un reino natural y un reino “divino”, un mundo de la ciencia y otro de la fe, un mundo del conocimiento y otro de la intuición, rompe inevitablemente con la tendencia a la unidad del Ser, por más que intenta unificar sus mundos sin más recursos que los mismos de su filosofía, como lo demuestran todos los sistemas de la filosofía escolástica, que con Santo Tomás de Aquino parece llegar a la realización de uno de sus mejores anhelos. Pero viene a derrumbar estrepitosamente a esta conclusión de la filosofía escolástica, el retorno de las investigaciones, con Kepler y Galileo, a las doctrinas de Pitágoras, Demócrito y Platón, cobrando vida así la moderna filosofía fincada en el conocimiento de la matemática universal.

         Surge así la imagen de un cosmos dominado por el orden y la medida, regido por las leyes eternas de la geometría; un cosmos que se debe a sí mismo, que es autónomo y no reconoce otra causa que su propio ser. El abismo que antes existía entre la “materia pensante” y la “materia sensible” desaparece como por encanto. El mundo de lo real y de lo ideal el reino del ser y del pensar, giran alrededor de las matemáticas y se traza así el ansiado lazo entre éstos, por cuanto son accesibles por igual y de manera inevitable por la razón de los números, por las mediciones humanas de lo objetivo y de lo subjetivo.

         Descartes es el exponente más cercano de este pensamiento fundamental del racionalismo filosófico clásico. Según el método cartesiano el pensamiento matemático rige todas las sensaciones humanas de la realidad; pero, Descartes, ante el dualismo de las sustancias con que tropieza al final de cuentas el desarrollo de su método, retorna innecesariamente a las fuentes del idealismo medieval para construir su concepto de la “objetividad” de las ideas y sostener la primacía de éstas en la determinación del principio causal de las cosas universales; es decir, que la metafísica cartesiana contradice la médula de su filosofía, en tanto sostiene que una forma –de la dualidad que el cartesianismo rechaza en esencia- priva sobre la otra, haciendo con esto valedera la dualidad que defiende el cristianismo, a costa de desconsiderar el imperio de la razón de las matemáticas que unifica a la supuesta dualidad.

         Los discípulos de Descartes llegan felizmente a eliminar esta contradicción, y así Leibnitz emite su idea de una “característica universal” unificadora de cuanto es concebible, y Spinoza alcanza a equiparar a Dios con la naturaleza, reafirmando las bases de la doctrina que sostiene la autonomía del Universo, la unidad del Ser y su absoluta sujeción  a los principios de la matemática.

México, D.F., abril de 1957.




EL ORIGEN DE LA NAVEGACION




EL ORIGEN DE LA NAVEGACIÓN

Por  Aurelio Altamirano Hernández

         La Naturaleza es la eterna maestra del Hombre. Desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, el hombre ha tomado siempre de las lecciones espontáneas que le brinda la naturaleza, enseñanzas magnificas que han inspirado y hecho posible sus maravillosas concepciones y realizaciones y que lo han elevado a la categoría superior que ocupa entre los seres del mundo.

         El hombre aprendió de las plantas y de los animales, al mismo tiempo que obedecía los dictados de su íntima conformación orgánica, a procurarse los satisfactores de su necesidad primaria de alimentación,  del mismo modo fue copiando y utilizando otros fenómenos naturales adaptándolos a su manera peculiar de ser en torno al imperativo urgente de conseguir la satisfacción de sus aspiraciones materiales y morales, hasta llegar a estructurar el conjunto de conceptos de hechos que tienden a la conservación y mejoramiento de la cultura humana.

         Es una necesidad fundamental del hombre trasladarse, ir de un lugar a otro, ya en busca de su sustento y demás satisfactores de su anhelo de vivir en buenas condiciones, ya para defenderse de sus enemigos o para cumplir con su tendencia innata a extender el campo de sus actividades materiales e intelectuales; y navegar, cruzar los ríos, lagunas, lagos, mares  y océanos, le resulta indispensable frente a estos accidentes con que se encuentra en su continuo afán de conocer más amplias extensiones de la geografía.

         ¿Cómo nació en el hombre la idea de navegar?

         Indiscutiblemente, como todas las que marcan la iniciación de los hechos significativos que señalan la ruta histórica del hombre, que es la misma de la cultura, en el devenir del mundo; como un producto del interés de remediar el apremio de una necesidad fundamental, mediante el aprovechamiento de todos los recursos que la naturaleza da con prodigalidad y que el hombre debe descubrir.

         Una práctica concepción del hombre primitivo, como germen de su lucha por conquistar las aguas que se interponían en su camino, surgió de la observación de la naturaleza: de cómo flotaban en la superficie de los líquidos los cuerpos de cierta consistencia y forma, de cómo arrastraba la corriente de los ríos y de los riachuelos cuanto caía en ellos, de cómo el impulso de los vientos trasladaba los objetos en la superficie de los lagos y de los mares…

         Tal vez, en uno de los primeros días del hombre sobre la tierra, cuando su forma material e intelectual no distaba mucho de la bestia, nació en las recónditas luces de su mente rudimentaria la idea de navegar, en el instante en que la naturaleza lo puso enfrente de un suceso que tanto iba a significar en su vida. Tras de las arduas labores del día, fatigado y sediento, el hombre primitivo buscó descanso bajo la sombra de los árboles, a la vera de un arroyuelo. Su sed la satisfizo en la frescura de las aguas cristalinas y su cansado cuerpo se  tendió sobre la hierba en busca del descanso reparador… Clavó su mirada sobre el líquido elemento, y ahí, en un remanso que dormía, miró flotar tranquila y moverse impelida por la brisa, una hoja sobre la cual una minúscula oruga montaba feliz su cuerpo endeble… En aquella tosca mentalidad del hombre brotó entonces la chispa de la genial idea de navegar… Surgió como fuerza irresistible su anhelo superior de dominar también las aguas y de ponerlas a su servicio y comenzó, en su primera oportunidad de desafiar los ríos, lo lagos y los mares, la titánica labor del hombre, en ese aspecto que alcanza magníficas proporciones en la actualidad.

         Montado sobre un trozo de  árbol, primero, después sobre balsas que construyó juntando varios troncos, el hombre inició la maravillosa aventura que vino a darle conocimiento preciso de la existencia del mundo y de sus riquezas.


         Moviendo posteriormente sus rústicas embarcaciones con la ayuda del remo y de la vela, siguió creciendo su experiencia en el difícil arte y severa ciencia de la navegación, y en los presentes días, cuando el petróleo y la electricidad impulsan la naves del progreso marítimo en el mundo, y cuando esa fuerza gigantesca que los átomos encierran se libera bajo el control de la voluntad y el ingenio humano y sirve para mover los grandes buques que surcan la marina inmensidad, los destinos superiores del hombre apuntan a las alturas de su consagración.

         … ¡ De aquella endeble hoja que flotaba sobre las aguas tranquilas del arroyuelo con su cargamento diminuto… de aquella balsa y de aquellos troncos… qué distancia enorme hay a la fortaleza del trasatlántico que surca majestuoso el imponente océano, llevando a los remotos confines de la tierra su cargamento gigantesco de vidas, de objetos y de ideas.

ARGONAUTA, México, D.F., marzo 1957.
Biblioteca de la Secretaría de Marina

Editorial “México Marítimo”

LA AMISTAD




LA AMISTAD

Por  Aurelio Altamirano Hernández

         La estimación reciproca de las virtudes y el mutuo interés por el bien común, constituyen esencialmente las bases de la más noble y auténtica amistad. No es sobre intereses innobles donde descansa el fundamento y justificación de la relaciones amistosas, porque con la vileza de aquellos lo que está llamado a ser un todo el instrumento para el logro del bienestar común se corrompe y se rebaja a las simas de la lambisconería y la ruindad.

         ¿Qué sería de la vida nuestra si no tuviéramos alguien a quien poder contarle nuestras penas y nuestras alegrías?...  Insoportable sería una existencia en la cual careciéramos de la presencia de alguien en quien confiar plenamente para comunicarle nuestras ideas, nuestro sentimientos y las realizaciones de nuestro existir, porque no hay cosa más agradable que tener con quien hablar como si hablara uno consigo mismo.

         De todas las virtudes que la naturaleza dotó al hombre, el sentimiento de la amistad es el más elevado, porque significa la identificación precisa que existe entre los seres humanos por encima de diferencias secundarias y temporales. Es el paso para alcanzar las cumbres del amor, es la condición entre los hombres y entre los pueblos para establecer un intercambio de ideas y de hechos que sirven al incremento de la felicidad humana, y es el más seguro refugio en las horas tempestuosas del diario vivir.

         El requisito fundamental que hace imperecedera una amistad es el respeto mutuo y la virtud de dar y pedir al amigo únicamente cosas honestas, sin hacerle esperar para lo primero y sin crearle dificultades para lo segundo. Con el amigo no debe uno hacerse del rogar y es más, si está en nuestras posibilidades ayudarle a resolver sus dificultades no debe darse margen a la situación, siempre penosas para él, de pedir nuestra colaboración. Se debe ir en auxilio del amigo con el ánimo bien dispuesto para otorgar cuando está de nuestra parte en busca de su beneficio.

         Son hombres débiles de corazón y vividores los que andan a  caza de amistades para construirlas con una serie de artificios, que buscan su propia tranquilidad y el provecho que no pueden sacar de su manifiesta poquedad de espíritu. En cambio, el hombre que responde de sí mismo en cualquier lugar y tiempo, con sus propias fuerzas aunque sean menguadas por las circunstancias, es el prototipo del amigo leal, sincero y útil, a quien se debe brindar la plena confianza y la amistad.

         Ningún problema humano deja de encontrar alivio y solución en la nobleza de la amistad abierta, franca, sana y entusiasta para brindarle el bien el homenaje de su contribución en la tarea de lograr el bienestar común.

         Una amistad que ahonda sus raíces en la mutua comprensión, en la nobleza espiritual de admirar las virtudes y de perdonar los yerros del amigo, no muere nunca. Los contratiempos de la vida quizás la llegan a ocultar, pero calladamente sigue latiendo en lo más recóndito del alma, donde se guardan los mejores sentimientos.


ARGONAUTA, Mayo, 1957.
Biblioteca de la Secretaría de Marina.
Editorial “México Marítimo”




LA BATALLA DE LA CULTURA



LA BATALLA DE LA CULTURA.

Por  J. Altamirano Hernández

         Se libra una gigantesca lucha en todos los confines del mundo, una batalla colosal de todos los tiempos y de todos los lugares, un combate perenne entre las fuerzas del bien y del mal… ¡La Batalla de la Cultura¡…

         Es una lucha que sobrepasa las fronteras del tiempo y la distancia.

         Es un encuentro formidable de fuerzas superiores que apuntan unas hacia abajo y el pretérito, y otras, las mejores, al porvenir y las alturas.

         El triunfo constante de la civilización humana manifiesta la derrota de las fuerzas del retroceso y de la destrucción frente al sólido empuje de las potencias creadoras que elevan la categoría del hombre en el concierto de las formas animadas.

         La cultura, que es el producto de la educación, de la instrucción y la enseñanza, está predestinada a la preeminencia, a la preponderancia, como lo demuestran las crecientes adquisiciones de las ciencias y de las artes que se van imponiendo a las fuerzas incultas de la naturaleza, para regalar al hombre las nuevas formas de vida que constituyen, por su calidad superior, la esencia y el avance de la civilización.

         Comienza la cultura y su batalla con la misma aparición del hombre sobre la tierra. La forma esencial que siempre ha revestido y seguirá revistiendo su carácter es la del desarrollo de las capacidades del organismo humano y social para procurar la satisfacción de sus aspiraciones totales, y es en este concepto en donde encuentra explicación el surgimiento de las magnificentes formas de cultura humana, al mismo tiempo que es donde encuentran su justificación hasta los rudimentos de la civilización.

         Labor fatigosa y abnegada, pero a la par gloriosa y plena también de íntimas satisfacciones superiores es la de los soldados de la cultura.

         En la historia de la humanidad, que es la de la cultura misma, los héroes auténticos se identifican de todos modos, a pesar de sus disímbolas  realizaciones supremas, por ser portaestandartes de la cultura, y alcanza también la gloria de los selectos para todos los que luchan denodadamente a favor de la cultura, para los pequeños, para los modestos, para los obscuros e ignorados que se consagran en cuerpo y alma a la tarea de procurar la perpetuación de la categoría superior del hombre entre las cosas universales.


         Se cobra también el avance cultural del hombre con tributos de sacrificio y de renunciación a las formas pasajeras de felicidad. Con grandes esfuerzos de la mente, del ánimo y de la acción de los heraldos de la cultura, se van elevando las construcciones filosóficas, científicas y artísticas que constituyen  el patrimonio cultural del hombre. Habrá que ver la angustia, la desesperación y la ofrenda de la vida misma del hombre en aras de la cultura; habrá que ver la mártir abnegación y el colosal esfuerzo de los soldados de la ciencia para creer en la nobleza del trabajo de llevar una dosis de felicidad al ser humano. Habrá que ver también los desvelos del artista por amenizar el panorama real de la existencia humana; el sacrificio de todos los que saben que el porvenir del hombre como entidad superior entre las cosas del Universo, estriba en el mejoramiento continuo de su labor para la mejor satisfacción de sus aspiraciones y todos ellos batallan de manera incansable en la tarea de glorificar los destinos de la Humanidad.

“EL HERALDO” San Luis Potosí, S.L.P., 11 de abril de 1957.




EL HOMBRE ES BUENO



EL HOMBRE ES BUENO.


Por Aurelio Altamirano Hernández


         Para Sigmund Freud, el hombre es fundamentalmente malo. Su tendencia al mal es innata, y solamente la instrucción y la educación logran imprimirle un poco de bondad en sus acciones y pensamientos.

         Alfredo Adler, discípulo de Freud, considera que el hombre no es bueno ni malo en principio, sino que una materia anodina que se formula en determinado sentido de conducta con la influencia de las circunstancias.

         Carlos Gustavo Jung, otro discípulo del distinguido psicólogo vienés, cree que el hombre es bueno y malo a la vez, en su esencia fundamental, condicionadas las manifestaciones de aquellos caracteres suyos por las situaciones diversas en que se desarrolla su existencia.

         Pero, tenemos que llegar a la contraposición ante la misma teoría elaborada por Freud, en este capítulo de la psicología, para estructurar el principio que sostiene la idea de que el hombre, como superior objeto del mundo material en que se manifiesta la capacidad cognoscitiva de la materia, es fundamentalmente bueno, y suficientemente capaz de mejorar su bondad para alcanzar elevadas estructuras en su conformación física y moral.

         Esta aseveración, como las tres anteriores, no deja de reconocer que el hombre es una realidad incompleta que debe mejorarse por introspección, con lo que no llega a faltar a la causa y la finalidad de la ciencia psicológica y puede formar dentro del campo de las teorías interesadas en analizar, comprender y mejorar las actividades humanas.

         El hombre es realización material de la superior bondad de la substancia cósmica.

         La bondad es una tendencia hacia todo lo grande, una inclinación hacia la conquista de bienes materiales y morales de calidad superior, y si el hombre, no obstante los obstáculos con que tropieza, sigue esa ruta de perfección, el hombre es la bondad misma materializada.

        
         La visión general y válida ante el mundo es de reconocida bondad, de tendencia innata a la conquista de bienes superiores y más que eso de poseedor de un amplio poder para el logro de sus aspiraciones de superación.

         De proporciones reducidas, en esencia, son las manifestaciones de maldad en el ser humano.

         La magnitud de las mismas responde más bien a la cantidad que a la calidad, y solamente los hechos superiores del hombre tienen el poder de oponer a satisfacción la calidad de los mismos ante la abrumadora mayoría de los actos desventurados del mortal.

         Las encontradas tesis de Adler y de Jung, son contraposiciones nacidas de una dialéctica secundaria, que finca sus estudios y conclusiones en el análisis de realidades temporales de la conducta humana.

         Freud orienta sus elucubraciones hacia el otorgamiento de mayor importancia al mal que se manifiesta desde un principio en el hombre llevado por la espléndida configuración cuantitativa que alcanzan las proporciones de los actos humanos condenables, y de esa manera Freud enfoca de más cerca el problema, si bien de manera insatisfactoria.

         Si aceptamos la teoría freudiana, considerando al hombre como la encarnación de la maldad, más bien nos orillamos a la conclusión de negar al hombre mismo y al mundo circundante.

         Porque es condición para que sea realidad el hombre, su conducta y el mundo mismo con todas sus manifestaciones de vida, la presencia de bondad es el seno de la materia universal; bondad para desarrollarse hacia manifestaciones superiores de su capacidad de existir y de vivir.

         El hombre es magnífica prueba de esa tendencia hacia el bien.

         De que si el hombre es bueno o malo, porque tiene que ser fundamentalmente una sola cosa de las citadas, las bases se deben buscar en el origen mismo del hombre. No en las temporalidades de su conducta condicionada por las circunstancias adversas unas veces y otras favorables. No; porque así no concebimos al hombre sino que a las circunstancias.

         Se debe buscar la razón de la bondad y de la maldad del hombre en lo esencial, en la primera causa de su existencia y desarrollo. Y es aquí, donde vemos surgir la bondad del hombre como cosa fundamental de su ser y como la misma bondad de la substancia prima universal para ser, seguir siendo y sublimándose en el tiempo y el espacio.

         Si el hombre fundamentalmente malo no existiría.

         En la conducta del hombre, cuenta más la bondad que la maldad.

         Incluso, lo que en un principio se considera como malo, de acuerdo con nuestros convencionalismos sociales, viene a ser, tras de un severo análisis y consideración de sus partes fundamentales, una benéfica llamada de atención hacia el camino del bien, como una protección de las cosas buenas contra el acecho de maldades secundarias que pueden, por su contingencia numerosísima, opacar, que no superar ni mucho menos destruir, la magnificencia del bien.

         No encuentra explicación el maravilloso desarrollo de la cultura humana con la tesis de Freud que sustenta la existencia de una maldad fundamental en el hombre.

         Una cosa que se desenvuelve en términos elevados frente a una realidad no siempre de circunstancias favorables a su mejoramiento, debe ser de una calidad infinitamente superior. No como la del microbio que se desarrolla prodigiosamente en un medio apropiado  por vegetación y desaparece en el combate con una droga específica; sino como es el hombre, como ese ente que casi desarmado, sin más recursos superiores que su intelecto y su acción enérgica se levanta de su condición de objeto y se alza al campo de la lucha por conquistar el mundo mismo.

Abril de 1957. Difundida por Radio Cadena Nacional. Programa de “LA NOTICIA”.






LA DESHUMANIZACIÓN DE LA CATEDRA




LA DESHUMANIZACIÓN DE LA CÁTEDRA.

Por J. Altamirano Hernández

         A una condición en pugna con la elevada finalidad de la cátedra y con los más caros intereses de la cultura se reduce gran parte de las labores en las aulas nacionales en la hora presente; lo mismo en las escuelas oficiales que en las particulares y así  en los planteles donde se trata de enseñar las diversas modalidades de la ciencia pura como en los que  se imparten las enseñanzas técnicas elevadas y elementales.

         Al ritmo con que ha ido desarrollándose la mecanización de las producciones materiales y acentuándose el provecho que sacan de ello reducidos sectores sociales para dar lugar a trágicos panoramas de injusticia en que vive la mayoría del pueblo, se ha ido destruyendo también en forma notable  el vínculo entre las actividades que se desarrollan en las aulas con su misión de servir a la elevación de los destinos humanos.

         Comenzando porque ya no existe, sino como rareza verdadera, una condición del orden moral entre el maestro y el alumno, porque ya no hay la identificación entre el que da la cátedra y el que la recibe, en torno a un ideal superior de servir precisamente a la cultura por encima de cualquier otro interés, la tragedia se gesta y se agiganta con perfiles que hacen prever necesariamente una inminente bancarrota de la educación.

         La crisis de los valores humanos en que se vive es consecuencia directa de una educación deficiente, de la mecanización –no en su aceptación sinónima de tecnificación, que es una cosa deseable—que se ha apoderado de la cátedra y es hoy día tirano de la clase y demonio que corretea de las aulas a la verdadera sabiduría.

         No puede llamarse cátedra a ese espectáculo deprimente de un profesional que llega ante un grupo de alumnos –estatuas, con una prisa inexplicable la mayoría de las veces, se pone a hablar como si llevara un disco o una cinta magnética por dentro, señala tareas desarticuladas de un programa sensato de labores, se sale del salón al término de una hora o más de estar cansando los cerebros juveniles y deja al final de cuentas, insatisfechas muchas de las dudas naturales de los estudiantes. 

         En una forma mecánica, como si fuera un aparato con cuerda para recitar un cúmulo de teorías, de procedimientos y de leyes, el exponente del catedrático cortado en serie, y como si fueran los alumnos, receptáculos a los que hay que llenar de cualquier modo con una cantidad de conocimientos adocenados, la clase moderna se desarrolla degenerada, adulterada, mistificada y envenenada terriblemente, sin embargo de la calidad que supone para ella la propaganda de los adelantos en materia de educación.

         Se entiende que entre el catedrático y el alumnado debe existir una identificación, una comunidad de intereses culturales para poder hacer lugar a la creación de cultura en las aulas, a la formación de elementos útiles al progreso de la ciencia, de las artes y de la cultura en general. Y ahí está el hecho de que el maestro ni siquiera conoce a sus alumnos, no se sabe ni los nombres de los que forman el grupo ante el cual se presenta como un extraño más y mucho menos sabe de sus inclinaciones, de sus aptitudes, en una palabra, no sabe la clase de material que tiene en sus manos para modelar.

         Un desequilibrio económico social no atacado en sus raíces, da lugar a la falta de escuelas y de maestros, y a la concentración de estudiantes en pocos planteles. Surge entonces la superpoblación escolar, formada no precisamente por individuos dotados en forma superior a lo común, sino que en un número agobiador, en masas crecidísimas,  que no pueden ser educadas mediante los métodos de que se disponen, y aquí se tiene la otra condición para que la cátedra degenere, para que se pierda el contacto directo entre su maestro y alumno en vista de que el aula se llena a reventar  porque el maestro se ve incapacitado para atender tantas solicitudes personales que buscan aclaración de conceptos y realización de hechos tendientes al mejoramiento del educando. 


         El catedrático se ve impelido a trabajar sobre una rutina para poder servir a la multitud con que labora, porque la masa heterogénea que tiene enfrente no se presta para mejores tareas o porque el mismo catedrático está cortado a la antigua y desconoce métodos modernos de pedagogía. Aquí se tienen, entonces, esas faenas en serie en las aulas, con material en serie tanto humana como técnico, con series de conocimientos rutinarios y como resultado final del doloroso balance del trabajo inútil, un total de profesionales en serie, una lista de pseudo-técnicos  y pseudo-intelectuales, sin más historia que la repetición de lo que muchos han hecho ya y sin más porvenir que el de servir en segundos planos a los impulsores de la producción material e intelectual de primera mano.

         La investigación se tiene en el olvido y se ignora ingenuamente que el día que la ciencia pura desaparezca habrá muerto la técnica y el progreso humano. La clase moderna en nuestras instituciones docentes se concreta a repetir y repetir hasta el hastío todo lo ya explotado y exprimido desde años atrás.

         Lo que se hace en las cátedras ahora, hasta en las que se dicen humanísticas, no tiene nada de humanístico, si olvida lo más importante, si olvida al hombre mismo, si se desenvuelve mecánicamente, sin ver el material humano  que tiene que conformar debidamente y si sigue los métodos anacrónicos de enseñar únicamente a ganarse el pan, la ropa y otras comodidades, delegando al olvido la misión superior del hombre, de colocarse por encima de todas las cosas por medio de una más elevada concepción del mundo y de la vida.




LA VIDA NACIÓ EN EL MAR




LA VIDA NACIO EN EL MAR

Por J. Altamirano Hernández

         El mar tiene muy grande importancia en la vida del hombre, como regulador de las condiciones climáticas, como medio de enlace, otrora obstáculo, entre los hombres que pueblan los más alejados confines de la tierra, como proveedor de numerosos productos que sirven a la satisfacción de las necesidades humanas y desde el punto de vista de la investigación pura de la ciencia biológica por situarse en su seno la sede de la primera manifestación del maravilloso fenómeno de la vida.

         La teoría evolucionista sostiene la idea de que la primera manifestación de vida se originó en el seno del agua que cubría la tierra, en forma de un minúsculo ser rudimentario que, dotado de movimiento organizado propio, fue capaz de proporcionar los alimentos necesarios a su subsistencia y desarrollo, hasta llegar a una complicada estructura interna que hizo posible su reproducción.

         Probablemente, la conformación de aquel ser viviente elemental dista muchísimo de las actuales configuraciones de células o de individuos vivientes más complicados que conocemos y que, por lo mismo, no se puede establecer una relación precisa entre estos y aquel, a menos de que se haga uso de un criterio muy amplio y se considere como germen de la vida a un sistema de estímulos y de reacciones fisicoquímicas que originan y siguen manifestando hoy  día, en más complejas realizaciones, el sorprendente fenómeno de la vida.

         Si llegamos a considerar la vida desde el punto de vista de la filosofía de la biología, como un fenómeno reductible lógicamente al fenómeno primario del movimiento, a una forma de movimiento complicado pero que sigue en su desenvolvimiento las mismas leyes eléctricas y mecánicas que rigen a los fenómenos fisicoquímicos, en este concepto resulta ser el hombre y los demás seres animados, simples organizaciones sutiles de infinidad de substancias químicas perfectamente asociadas, que integran células vivientes, las que a su vez conforman las piezas, los órganos, los aparatos  y  los sistemas del organismo.

         Con base en esta manera de concebir las cosas se remite el pensamiento a justificar o cuando menos explicar la posibilidad de que haya brotado la vida, en forma sumamente elemental, en el fondo del océano, tomando en cuenta que la estructura y la función de los seres vivientes reconoce como factor indispensable el agua y ciertas substancias minerales que pudo proporcionar en composición utilizable el extenso mar de los primeros tiempos. 

         Las investigaciones de laboratorio y las elucubraciones científicas conducen a considerar como el germen de la vida en el planeta a una molécula química muy compleja que se creó, podemos decir “espontáneamente”, en el seno de las aguas, como una conjunción de materias simples que tuvo la propiedad de adicionarse nuevos elementos o moléculas menos complejas, así como de eliminar algunos más, con el objeto de mantenerse en una especie de estabilidad dinámica y dar la impresión de un cuerpo capaz de provocar su propio mantenimiento en determinada forma.

         Posteriormente la molécula química fue creciendo en tamaño y en complicación estructural y funcional, al paso que asimilaba  mayor cantidad de material, tomadas del exterior y eliminaba algunos que fueron útiles a reacciones químicas más sutiles realizadas en su conformación orgánica.

         El desarrollo del fenómeno vital quizás no hubiera llegado al desarrollo superior que conocemos actualmente, de no haber sido porque en la estructura de aquel germen elemental fue evolucionando un principio que lo condujo a configurar, después de cierto número de reacciones, una reproducción exacta o casi exacta de la molécula-madre, en un proceso que recuerda al de la “mitosis” o bipartición de ciertas células observable en algunos vegetales y animales todavía. De aquí arranca, probablemente, el fenómeno de la reproducción, que puede considerarse, en cierto modo, el carácter fundamental de los seres vivos.

         Así, en una forma sencilla, que fue desarrollándose cada vez más y mejor brotó la vida. Y fue precisamente en el mar, como lo indican muchas investigaciones, donde se manifestó primeramente, y todo parece indicar también que si llegara el día en que desapareciese todo vestigio de vida sobre el planeta, tomando en cuenta la rica variedad y cantidad de seres vivos que pueblan el mar y la protección que éste les ofrece, sería allí donde muriera la última expresión de vida sobre la tierra.

ARGONAUTA, México, D.F. Abril de 1957.
Biblioteca de la Secretaría de Marina.
Editorial “México Marítimo”