EN TORNO A LA
DISCRIMINACIÓN RACIAL
Aurelio Altamirano Hernández.
Aurelio Altamirano Hernández.
Hay
sociedades humanas mejor evolucionadas en una determinada época de la historia,
pero no precisamente superiores por esa circunstancia temporal.
El
concepto antiguo de raza se ha diluido ya en la doctrina que considera a los
hombres como seres identificados por las mismas razones biológicas, sujetas a
diferenciaciones que tienen su causa en las diversas condiciones del medio
geográfico y social; por eso, resulta completamente equívoca la posición de los
exaltados racistas que sostienen el imperio de la sinrazón, tratando de rebajar
la categoría humana de los hombres que no tienen la culpa de tener la piel
obscura y a quienes las condiciones adversas y no superadas aún de su medio
ambiente, no han dado todavía la oportunidad de marcar una etapa progresista y
característica en la historia de la humanidad.
No
hay razas superiores, porque para que existieran como tales, habría que admitir
la cultura y la civilización humanas como producto de una secta determinada, de
un conjunto único y exclusivo de individuos situados en determinada extensión
del mundo y creadores de los hechos superiores en todos los tiempos de la
historia. Cosa errónea, equívoco tremendo, cuestión rayana en la demencia es
defender que determinado pueblo ocupe una posición superior en esencia sobre
los demás pueblos, tan sólo porque un desarrollo económico y cultural, bien
dirigido y mejor aprovechado le ha concedido la oportunidad de manifestar las
potencias creadoras que laten por igual en todos los hombres sanos de cuerpo y
de espíritu, sin distinción de épocas y lugares.
La
discriminación racial presenta numerosos aspectos que reconocen como causas
fundamentales, entre otras más, el temor de las clases dominantes a ser
desalojadas de sus elevados estrados sociales, por las que ocupan planos
inferiores de evolución económica y cultural, y a la fatalidad que siempre ha
victimado a la humanidad: su egoísmo, su vanidad y su falso orgullo, que
conduce a los hombres a celar exageradamente su amor propio y a no conceder beligerancia, en muchas ocasiones, a otros que pueden deslumbrar con su
personalidad.
Lo
del color de la piel es sólo un pretexto más notable que ha dado cima a la
persecución de los individuos que claman en todos los tonos por el progreso
económico y cultural de sus pueblos. Los negros, hombres también valiosos por
sus potencias, unas manifiestas y otras ocultas aún, no han logrado imponerse a
las circunstancias adversas del medio geográfico y social en que se desarrollan
sus actividades y por esa razón se le ve erróneamente en un plano de
inferioridad, que no tiene nada de particular por cuanto es equivalente a los
que ocupan otras sociedades humanas sub-desarrolladas, repartidas en todo el
mundo.
Las
diversas etapas que han vivido los pueblos hasta llegar a consolidar la
civilización actual –que es una síntesis ampliamente elaborada de culturas
heterogéneas--, demuestran claramente que la historia pasada, presente y futura
de las sociedades humanas presenta subdivisiones que han sido ocupadas, lo
están actualmente y lo estarán en los años venideros, por determinados pueblos
que se van turnando en la dirección de los destinos humanos.
Lo
mismo se presenta la discriminación en las primeras culturas humanas, como en
las más recientes organizaciones culturales de los hombres, porque las
desigualdades de las condiciones particulares de vida, tanto individual como
colectiva, han sido el eterno dolor de cabeza de los pueblos y el motivo de que
ocurran choques ideológicos y armados cada vez más trágicos y desalentadores.
Lo
mismo se discrimina al pobre, así su color sea blanco, que al negro adinerado;
al indio que viste calzones y lleva huaraches; a un positivo valor de la
ciencia o del arte, tan sólo porque no firma con nombre exótico o no tiene la
presencia física de los sabios de historietas; se discrimina al hombre honesto
porque no se presta a maniobras sucias; a la dama culta, científica o artista verdadera,
tan sólo porque no luce magnificas piernas o cara atractiva, y a muchos
ejemplos dignos, que por simple prejuicios arraigados hondamente en las
conciencias enfermas, no se les concede todo su valor e importancia.
La
persecución de que se hace víctima a los negros es únicamente una muestra
candente de la persecución –velada unas veces y otras manifiesta en toda su
indignante crudeza--, con que se molesta a cada rato a los hombres y a los
pueblos, que luchan por su liberación
económica y moral y anhelan ocupar en el concierto de los pueblos, el lugar que
les corresponde para contribuir a mejorar la vida y la cultura. Eso es algo de
lo que debe decirse en todo los tonos los tiempos y lugares para aclarar las
causas de la vergonzante posición de quienes cierran sus universidades a los
negros, los apedrean y los persiguen con armas en la mano, y para orientar al
mismo tiempo las energías que buscan desterrar la discriminación racial en
todas sus formas, hablando con la verdad y sobre la realidad de los hechos.
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NOVEDADES, Sábado 21
de Septiembre de 1957.