EL ORIGEN DE LA NAVEGACIÓN
Por Aurelio Altamirano Hernández
La Naturaleza es la eterna maestra del
Hombre. Desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, el hombre ha tomado
siempre de las lecciones espontáneas que le brinda la naturaleza, enseñanzas
magnificas que han inspirado y hecho posible sus maravillosas concepciones y
realizaciones y que lo han elevado a la categoría superior que ocupa entre los
seres del mundo.
El hombre aprendió de las plantas y de
los animales, al mismo tiempo que obedecía los dictados de su íntima
conformación orgánica, a procurarse los satisfactores de su necesidad primaria
de alimentación, del mismo modo fue
copiando y utilizando otros fenómenos naturales adaptándolos a su manera
peculiar de ser en torno al imperativo urgente de conseguir la satisfacción de
sus aspiraciones materiales y morales, hasta llegar a estructurar el conjunto
de conceptos de hechos que tienden a la conservación y mejoramiento de la
cultura humana.
Es una necesidad fundamental del hombre
trasladarse, ir de un lugar a otro, ya en busca de su sustento y demás satisfactores
de su anhelo de vivir en buenas condiciones, ya para defenderse de sus enemigos
o para cumplir con su tendencia innata a extender el campo de sus actividades
materiales e intelectuales; y navegar, cruzar los ríos, lagunas, lagos,
mares y océanos, le resulta
indispensable frente a estos accidentes con que se encuentra en su continuo
afán de conocer más amplias extensiones de la geografía.
¿Cómo nació en el hombre la idea de
navegar?
Indiscutiblemente, como todas las que
marcan la iniciación de los hechos significativos que señalan la ruta histórica
del hombre, que es la misma de la cultura, en el devenir del mundo; como un
producto del interés de remediar el apremio de una necesidad fundamental,
mediante el aprovechamiento de todos los recursos que la naturaleza da con
prodigalidad y que el hombre debe descubrir.
Una práctica concepción del hombre
primitivo, como germen de su lucha por conquistar las aguas que se interponían
en su camino, surgió de la observación de la naturaleza: de cómo flotaban en la
superficie de los líquidos los cuerpos de cierta consistencia y forma, de cómo
arrastraba la corriente de los ríos y de los riachuelos cuanto caía en ellos,
de cómo el impulso de los vientos trasladaba los objetos en la superficie de
los lagos y de los mares…
Tal vez, en uno de los primeros días
del hombre sobre la tierra, cuando su forma material e intelectual no distaba
mucho de la bestia, nació en las recónditas luces de su mente rudimentaria la
idea de navegar, en el instante en que la naturaleza lo puso enfrente de un
suceso que tanto iba a significar en su vida. Tras de las arduas labores del
día, fatigado y sediento, el hombre primitivo buscó descanso bajo la sombra de
los árboles, a la vera de un arroyuelo. Su sed la satisfizo en la frescura de
las aguas cristalinas y su cansado cuerpo se tendió sobre la hierba en busca del descanso
reparador… Clavó su mirada sobre el líquido elemento, y ahí, en un remanso que
dormía, miró flotar tranquila y moverse impelida por la brisa, una hoja sobre
la cual una minúscula oruga montaba feliz su cuerpo endeble… En aquella tosca
mentalidad del hombre brotó entonces la chispa de la genial idea de navegar…
Surgió como fuerza irresistible su anhelo superior de dominar también las aguas
y de ponerlas a su servicio y comenzó, en su primera oportunidad de desafiar
los ríos, lo lagos y los mares, la titánica labor del hombre, en ese aspecto
que alcanza magníficas proporciones en la actualidad.
Montado sobre un trozo de árbol, primero, después sobre balsas que
construyó juntando varios troncos, el hombre inició la maravillosa aventura que
vino a darle conocimiento preciso de la existencia del mundo y de sus riquezas.
Moviendo posteriormente sus rústicas
embarcaciones con la ayuda del remo y de la vela, siguió creciendo su
experiencia en el difícil arte y severa ciencia de la navegación, y en los
presentes días, cuando el petróleo y la electricidad impulsan la naves del
progreso marítimo en el mundo, y cuando esa fuerza gigantesca que los átomos
encierran se libera bajo el control de la voluntad y el ingenio humano y sirve
para mover los grandes buques que surcan la marina inmensidad, los destinos
superiores del hombre apuntan a las alturas de su consagración.
… ¡ De aquella endeble hoja que flotaba
sobre las aguas tranquilas del arroyuelo con su cargamento diminuto… de aquella
balsa y de aquellos troncos… qué distancia enorme hay a la fortaleza del
trasatlántico que surca majestuoso el imponente océano, llevando a los remotos
confines de la tierra su cargamento gigantesco de vidas, de objetos y de ideas.
ARGONAUTA, México, D.F., marzo 1957.
Biblioteca de la Secretaría de Marina
Editorial “México Marítimo”
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