sábado, 7 de noviembre de 2015

EL ORIGEN DE LA NAVEGACION




EL ORIGEN DE LA NAVEGACIÓN

Por  Aurelio Altamirano Hernández

         La Naturaleza es la eterna maestra del Hombre. Desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, el hombre ha tomado siempre de las lecciones espontáneas que le brinda la naturaleza, enseñanzas magnificas que han inspirado y hecho posible sus maravillosas concepciones y realizaciones y que lo han elevado a la categoría superior que ocupa entre los seres del mundo.

         El hombre aprendió de las plantas y de los animales, al mismo tiempo que obedecía los dictados de su íntima conformación orgánica, a procurarse los satisfactores de su necesidad primaria de alimentación,  del mismo modo fue copiando y utilizando otros fenómenos naturales adaptándolos a su manera peculiar de ser en torno al imperativo urgente de conseguir la satisfacción de sus aspiraciones materiales y morales, hasta llegar a estructurar el conjunto de conceptos de hechos que tienden a la conservación y mejoramiento de la cultura humana.

         Es una necesidad fundamental del hombre trasladarse, ir de un lugar a otro, ya en busca de su sustento y demás satisfactores de su anhelo de vivir en buenas condiciones, ya para defenderse de sus enemigos o para cumplir con su tendencia innata a extender el campo de sus actividades materiales e intelectuales; y navegar, cruzar los ríos, lagunas, lagos, mares  y océanos, le resulta indispensable frente a estos accidentes con que se encuentra en su continuo afán de conocer más amplias extensiones de la geografía.

         ¿Cómo nació en el hombre la idea de navegar?

         Indiscutiblemente, como todas las que marcan la iniciación de los hechos significativos que señalan la ruta histórica del hombre, que es la misma de la cultura, en el devenir del mundo; como un producto del interés de remediar el apremio de una necesidad fundamental, mediante el aprovechamiento de todos los recursos que la naturaleza da con prodigalidad y que el hombre debe descubrir.

         Una práctica concepción del hombre primitivo, como germen de su lucha por conquistar las aguas que se interponían en su camino, surgió de la observación de la naturaleza: de cómo flotaban en la superficie de los líquidos los cuerpos de cierta consistencia y forma, de cómo arrastraba la corriente de los ríos y de los riachuelos cuanto caía en ellos, de cómo el impulso de los vientos trasladaba los objetos en la superficie de los lagos y de los mares…

         Tal vez, en uno de los primeros días del hombre sobre la tierra, cuando su forma material e intelectual no distaba mucho de la bestia, nació en las recónditas luces de su mente rudimentaria la idea de navegar, en el instante en que la naturaleza lo puso enfrente de un suceso que tanto iba a significar en su vida. Tras de las arduas labores del día, fatigado y sediento, el hombre primitivo buscó descanso bajo la sombra de los árboles, a la vera de un arroyuelo. Su sed la satisfizo en la frescura de las aguas cristalinas y su cansado cuerpo se  tendió sobre la hierba en busca del descanso reparador… Clavó su mirada sobre el líquido elemento, y ahí, en un remanso que dormía, miró flotar tranquila y moverse impelida por la brisa, una hoja sobre la cual una minúscula oruga montaba feliz su cuerpo endeble… En aquella tosca mentalidad del hombre brotó entonces la chispa de la genial idea de navegar… Surgió como fuerza irresistible su anhelo superior de dominar también las aguas y de ponerlas a su servicio y comenzó, en su primera oportunidad de desafiar los ríos, lo lagos y los mares, la titánica labor del hombre, en ese aspecto que alcanza magníficas proporciones en la actualidad.

         Montado sobre un trozo de  árbol, primero, después sobre balsas que construyó juntando varios troncos, el hombre inició la maravillosa aventura que vino a darle conocimiento preciso de la existencia del mundo y de sus riquezas.


         Moviendo posteriormente sus rústicas embarcaciones con la ayuda del remo y de la vela, siguió creciendo su experiencia en el difícil arte y severa ciencia de la navegación, y en los presentes días, cuando el petróleo y la electricidad impulsan la naves del progreso marítimo en el mundo, y cuando esa fuerza gigantesca que los átomos encierran se libera bajo el control de la voluntad y el ingenio humano y sirve para mover los grandes buques que surcan la marina inmensidad, los destinos superiores del hombre apuntan a las alturas de su consagración.

         … ¡ De aquella endeble hoja que flotaba sobre las aguas tranquilas del arroyuelo con su cargamento diminuto… de aquella balsa y de aquellos troncos… qué distancia enorme hay a la fortaleza del trasatlántico que surca majestuoso el imponente océano, llevando a los remotos confines de la tierra su cargamento gigantesco de vidas, de objetos y de ideas.

ARGONAUTA, México, D.F., marzo 1957.
Biblioteca de la Secretaría de Marina

Editorial “México Marítimo”

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