Por Aurelio Altamirano Hernández
Para Sigmund Freud, el hombre es
fundamentalmente malo. Su tendencia al mal es innata, y solamente la
instrucción y la educación logran imprimirle un poco de bondad en sus acciones
y pensamientos.
Alfredo Adler, discípulo de Freud,
considera que el hombre no es bueno ni malo en principio, sino que una materia
anodina que se formula en determinado sentido de conducta con la influencia de
las circunstancias.
Carlos Gustavo Jung, otro discípulo del
distinguido psicólogo vienés, cree que el hombre es bueno y malo a la vez, en
su esencia fundamental, condicionadas las manifestaciones de aquellos
caracteres suyos por las situaciones diversas en que se desarrolla su
existencia.
Pero, tenemos que llegar a la
contraposición ante la misma teoría por Freud, en este capítulo de la
psicología, para estructurar el principio que sostiene la idea de que el
hombre, como superior objeto del mundo material en que se manifiesta la
capacidad cognoscitiva de la materia, es fundamentalmente bueno, y
suficientemente capaz de mejorar su bondad para alcanzar elevadas estructuras
en su conformación física y moral.
Esta aseveración, como las tres
anteriores, no deja de reconocer que el hombre es una realidad incompleta que
debe mejorarse por introspección, con lo que no llega a faltar a la causa y la
finalidad de la ciencia psicológica y puede formar dentro del campo de las
teorías interesadas en analizar, comprender y mejorar las actividades humanas.
El hombre es realización material de la
superior bondad de la substancia cósmica.
La bondad es una tendencia hacia todo
lo grande, una inclinación hacia la conquista de bienes materiales y morales de
calidad superior, y si el hombre, no obstante los obstáculos con que tropieza,
sigue esa ruta de perfección, el hombre es la bondad misma materializada.
La visión general y válida ante el
mundo es de reconocida bondad, de tendencia innata a la conquista de bienes
superiores y más que eso de poseedor de un amplio poder para el logro de sus
aspiraciones de superación.
De proporciones reducidas, en esencia,
son las manifestaciones de maldad en el ser humano.
La magnitud de las mismas responde más
bien a la cantidad que a la calidad, y solamente los hechos superiores del
hombre tienen el poder de oponer a satisfacción la calidad de los mismos ante
la abrumadora mayoría de los actos desventurados del mortal.
Las encontradas tesis de Adler y de
Jung, son contraposiciones nacidas de una dialéctica secundaria, que finca sus
estudios y conclusiones en el análisis de realidades temporales de la conducta
humana.
Freud orienta sus elucubraciones hacia
el otorgamiento de mayor importancia al mal que se manifiesta desde un
principio en el hombre llevado por la espléndida configuración cuantitativa que
alcanzan las proporciones de los actos humanos condenables, y de esa manera
Freud enfoca de más cerca el problema, si bien de manera insatisfactoria.
Si aceptamos la teoría freudiana,
considerando al hombre como la encarnación de la maldad, más bien nos orillamos
a la conclusión de negar al hombre mismo y al mundo circundante.
Porque es condición para que sea
realidad el hombre, su conducta y el mundo mismo con todas sus manifestaciones
de vida, la presencia de bondad es el seno de la materia universal; bondad para
desarrollarse hacia manifestaciones superiores de su capacidad de existir y de
vivir.
El hombre es magnífica prueba de esa
tendencia hacia el bien.
De que si el hombre es bueno o malo,
porque tiene que ser fundamentalmente una sola cosa de las citadas, las bases
se deben buscar en el origen mismo del hombre. No en las temporalidades de su
conducta condicionada por las circunstancias adversas unas veces y otras
favorables. No; porque así no concebimos al hombre sino que a las
circunstancias.
Se debe buscar la razón de la bondad y
de la maldad del hombre en lo esencial, en la primera causa de su existencia y
desarrollo. Y es aquí, donde vemos surgir la bondad del hombre como cosa
fundamental de su ser y como la misma bondad de la substancia prima universal
para ser, seguir siendo y sublimándose en el tiempo y el espacio.
Si el hombre fuera fundamentalmente
malo no existiría.
En la conducta del hombre, cuenta más
la bondad que la maldad.
Incluso, lo que en un principio se
considera como malo, de acuerdo con nuestros convencionalismos sociales, viene
a ser, tras de un severo análisis y consideración de sus partes fundamentales,
una benéfica llamada de atención hacia el camino del bien, como una protección
de las cosas buenas contra el acecho de maldades secundarias que pueden, por su
contingencia numerosísima, opacar, que no superar ni mucho menos destruir, la
magnificencia del bien.
No encuentra explicación el maravilloso
desarrollo de la cultura humana con la tesis de Freud que sustenta la
existencia de una maldad fundamental en el hombre.
Una cosa que se desenvuelve en términos
elevados frente a una realidad no siempre de circunstancias favorables a su
mejoramiento, debe ser de una calidad infinitamente superior. No como la del
microbio que se desarrolla prodigiosamente en un medio apropiado por vegetación y desaparece en el combate con
una droga específica; sino como es el hombre, como ese ente que casi desarmado,
sin más recursos superiores que su intelecto y su acción enérgica se levanta de
su condición de objeto y se alza al campo de la lucha por conquistar el mundo
mismo.
Abril de 1957. Difundida por Radio Cadena Nacional. Programa de “LA
NOTICIA”.