POR QUÉ
MÉXICO SE ESCRIBE CON X.
Por J.
Altamirano Hernández
Es
interesante observar que hasta en los detalles al parecer insignificantes,
surgen disímbolas tendencias en la concepción y realización de hechos ligados a
la tares de forjar la personalidad de nuestro país, y que las corrientes
progresistas buscan integrar nuestra nacionalidad con perfiles propios y
distintivos que dan la imagen de México como país de sana individualidad
característica ante el mundo civilizado.
Hay
que reconocer que poco cuentan las palabras frente a los hechos, y que, en
cierto modo, lo mismo da escribir México, Méjico, o Mégico, si por encima de
todo eso se tiene una concepción de nuestro país como algo entrañablemente
nuestro, como entidad material y moral estrechamente ligada a nuestra
conciencia, a nuestro afecto y a nuestro interés de contribuir a su elevación
como la tarea enteramente patriótica, pero, cuando existen hechos,
materialidades difíciles de esconder, que apoyan a palabras de construcción
marcadamente tendenciosa, que buscan deliberadamente alterar la fisonomía característica
de un objeto, hay que sospechar latencia de mala fe en ellos, o, en el mejor de
los casos hacerlas hijas de una ignorancia que de ingenua a condenable, y que
puede ser consecuencia de una debilidad por las cosas que rinden culto al
“snobismo” o por descuido personal bastante intolerable en las cosas del
lenguaje.
Andrés
Henestrosa toca con justificado coraje el tema del México escrito con “j” y de
paso arremete contra los que rinden deliberado homenaje a un interés de
eliminar de todo mexicano los residuos respetables de nuestras civilizaciones
autóctonas. Alfonso Junco no ha hecho esperar la respuesta contraria a la
defensa que se hace de la conservación estricta de la “X” en la escritura del sustantivo México y de sus
derivados. La respuesta de Junco a
Henestrosa está en el artículo “Juárez
no fue nieto de encomendados ni precursor del franquismo”, del sábado 3
de agosto, en Novedades.
Es
necesario aclarar que si México se escribe con “X” es porque
se sigue una saludable regla gramatical
que pide respeto a la raíz etimológica de una palabra en su construcción, y
bien sabido es que la palabra “mexitl”, de origen nahoa, de la que deriva el
nombre México, no admite ninguna otra letra fuera de la “X” para respetar su
natural prosodia. Está bien que en no pocos vocablos de la lengua castellana se
huya de aquella regla para presentar una escritura que no concuerda con la
ortografía de las raíces etimológicas de las palabras, cosa admisible si se
toma en consideración la vejez de la lengua y las numerosas transformaciones
morfológicas y semánticas que ha sufrido
a través de los tiempos; pero en lo que
toca a México, que es una palabra relativamente nueva en el diccionario, con
raíz lingüística perfectamente establecida y que no justifica cambio alguno en
su escritura, no resulta desde cualquier punto de vista lógica la suplantación
de la “X” (letra que más se acerca a la indígena de pronunciación casi “cs”)
por una “J” advenediza que, lejos de servir a la correcta pronunciación de la
palabra México (repetimos: la “X” casi “cs”) únicamente sanciona como válida una degeneración de la
pronunciación de la misma.
Es
necesario reconocerlo; degeneró primero de México la pronunciación hacia Méjico
y hasta Mégico que algunos autores emplean, y, estas pronunciaciones derivadas
del antigua “mexitl” de los nahoas, se acomodan a la prosodia empleada por
comodidad o por una supuesta eufonía, en
el lenguaje de los que no aceptaron de buen grado la pronunciación indígena de
México (casi Mécsico) original, y que
esta degeneración en la pronunciación se ha extendido inevitablemente, desde
entonces, en el México común y es en ella en donde se apoyan quienes escriben
México con “J”.
Si se
ha adulterado la pronunciación de México a Méjico, siquiera hay que conservar
la escritura correcta, que es con “x”, y si Juárez y muchos hombres
distinguidos de la historia de México se supone que han empleado la “J” al
escribir el nombre del país no quiere
decir esto que se justifique el empleo
indebido de la “j” porque a los estadistas, como a mucha gente más, no obstante
la más amplia cultura que se les suponga, no se les puede exigir atención a
ciertas delicadas minucias de la lengua como para erigirse ello en autoridades
de la materia. En los que sí es condenable, hasta cierto punto, el descuido, es
en los escritores, de los cuales Alfonso
Junco cita cuidadosamente algunos.
Indudablemente,
Andrés Henestrosa, lo que condena es el deliberado propósito de algunas gentes
al escribir México con “J” para alterar
un símbolo patrio, y a ese
malintencionado afán de borrar lo mexicanista de nuestras cosas buenas,
y naturalmente no a la ignorancia que puede presentarse en cualquier colegial
de primera enseñanza o en persona con mala ortografía. Lo que condena es ese
interés de personas con alguna cultura reconocida, que busca todos los medios
posibles y hasta los imposibles para quitarle fisonomía propia a nuestro país,
como un medio de uncirlo al yugo económico y político de otras potencias.
Por
otra parte, es conveniente conceder validez a cualquier transformación
lingüística, si sirve a los intereses progresistas de la cultura, y por otra
no, por ningún concepto, si únicamente
se inspira en equívocos fines. Las
palabras se transforman por necesidad, pero no deben transformarse por capricho
o voluntad enfermiza de las gentes.
Si la
introducción de la “j” o cualquier otra letra o palabra, sin justificar alguna,
en nuestro léxico, sirve al malinchismo, a esa estúpida adoración de lo
exótico, se debe condenar como debe condenarse y atacarse la inicua explotación
que los malos extranjeros de Asía,
Europa y América misma, realizan al mexicano y sus riquezas.
Tal
vez, después de todo, la “x” no signifique tanto para México, pero lo que sí no
puede perdonarse es la suplantación que se pretende y se logra a veces
realizar, de sus auténticos valores, por gentes del tipo de aquellas –que
Alfonso Junco ensalza--, que desearon la independencia también, pero no como la
quisieron Hidalgo, Morelos y otros creadores auténticos de nuestra
nacionalidad, en torno a los ideales más caros del pueblo, sino como
interesados en arrancar de las vilezas de España una joven nación para instaurar
en ella una oligarquía dentro de la cual no fueran segundones de una política
expoliadora de allende el mar, sino los meros amos y señores.
Hay
una cosa que deben siempre recordar los que traicionan a México, que este, con
“X o sin ella, se eleva cada día más sobre su miseria y muestra al mundo sus
potencias formidables para cumplir con todas las exigencias nobles de la
civilización de hoy y del futuro.
NOVEDADES, 8 de agosto de 1957.
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