sábado, 7 de noviembre de 2015

LA DESHUMANIZACIÓN DE LA CATEDRA




LA DESHUMANIZACIÓN DE LA CÁTEDRA.

Por J. Altamirano Hernández

         A una condición en pugna con la elevada finalidad de la cátedra y con los más caros intereses de la cultura se reduce gran parte de las labores en las aulas nacionales en la hora presente; lo mismo en las escuelas oficiales que en las particulares y así  en los planteles donde se trata de enseñar las diversas modalidades de la ciencia pura como en los que  se imparten las enseñanzas técnicas elevadas y elementales.

         Al ritmo con que ha ido desarrollándose la mecanización de las producciones materiales y acentuándose el provecho que sacan de ello reducidos sectores sociales para dar lugar a trágicos panoramas de injusticia en que vive la mayoría del pueblo, se ha ido destruyendo también en forma notable  el vínculo entre las actividades que se desarrollan en las aulas con su misión de servir a la elevación de los destinos humanos.

         Comenzando porque ya no existe, sino como rareza verdadera, una condición del orden moral entre el maestro y el alumno, porque ya no hay la identificación entre el que da la cátedra y el que la recibe, en torno a un ideal superior de servir precisamente a la cultura por encima de cualquier otro interés, la tragedia se gesta y se agiganta con perfiles que hacen prever necesariamente una inminente bancarrota de la educación.

         La crisis de los valores humanos en que se vive es consecuencia directa de una educación deficiente, de la mecanización –no en su aceptación sinónima de tecnificación, que es una cosa deseable—que se ha apoderado de la cátedra y es hoy día tirano de la clase y demonio que corretea de las aulas a la verdadera sabiduría.

         No puede llamarse cátedra a ese espectáculo deprimente de un profesional que llega ante un grupo de alumnos –estatuas, con una prisa inexplicable la mayoría de las veces, se pone a hablar como si llevara un disco o una cinta magnética por dentro, señala tareas desarticuladas de un programa sensato de labores, se sale del salón al término de una hora o más de estar cansando los cerebros juveniles y deja al final de cuentas, insatisfechas muchas de las dudas naturales de los estudiantes. 

         En una forma mecánica, como si fuera un aparato con cuerda para recitar un cúmulo de teorías, de procedimientos y de leyes, el exponente del catedrático cortado en serie, y como si fueran los alumnos, receptáculos a los que hay que llenar de cualquier modo con una cantidad de conocimientos adocenados, la clase moderna se desarrolla degenerada, adulterada, mistificada y envenenada terriblemente, sin embargo de la calidad que supone para ella la propaganda de los adelantos en materia de educación.

         Se entiende que entre el catedrático y el alumnado debe existir una identificación, una comunidad de intereses culturales para poder hacer lugar a la creación de cultura en las aulas, a la formación de elementos útiles al progreso de la ciencia, de las artes y de la cultura en general. Y ahí está el hecho de que el maestro ni siquiera conoce a sus alumnos, no se sabe ni los nombres de los que forman el grupo ante el cual se presenta como un extraño más y mucho menos sabe de sus inclinaciones, de sus aptitudes, en una palabra, no sabe la clase de material que tiene en sus manos para modelar.

         Un desequilibrio económico social no atacado en sus raíces, da lugar a la falta de escuelas y de maestros, y a la concentración de estudiantes en pocos planteles. Surge entonces la superpoblación escolar, formada no precisamente por individuos dotados en forma superior a lo común, sino que en un número agobiador, en masas crecidísimas,  que no pueden ser educadas mediante los métodos de que se disponen, y aquí se tiene la otra condición para que la cátedra degenere, para que se pierda el contacto directo entre su maestro y alumno en vista de que el aula se llena a reventar  porque el maestro se ve incapacitado para atender tantas solicitudes personales que buscan aclaración de conceptos y realización de hechos tendientes al mejoramiento del educando. 


         El catedrático se ve impelido a trabajar sobre una rutina para poder servir a la multitud con que labora, porque la masa heterogénea que tiene enfrente no se presta para mejores tareas o porque el mismo catedrático está cortado a la antigua y desconoce métodos modernos de pedagogía. Aquí se tienen, entonces, esas faenas en serie en las aulas, con material en serie tanto humana como técnico, con series de conocimientos rutinarios y como resultado final del doloroso balance del trabajo inútil, un total de profesionales en serie, una lista de pseudo-técnicos  y pseudo-intelectuales, sin más historia que la repetición de lo que muchos han hecho ya y sin más porvenir que el de servir en segundos planos a los impulsores de la producción material e intelectual de primera mano.

         La investigación se tiene en el olvido y se ignora ingenuamente que el día que la ciencia pura desaparezca habrá muerto la técnica y el progreso humano. La clase moderna en nuestras instituciones docentes se concreta a repetir y repetir hasta el hastío todo lo ya explotado y exprimido desde años atrás.

         Lo que se hace en las cátedras ahora, hasta en las que se dicen humanísticas, no tiene nada de humanístico, si olvida lo más importante, si olvida al hombre mismo, si se desenvuelve mecánicamente, sin ver el material humano  que tiene que conformar debidamente y si sigue los métodos anacrónicos de enseñar únicamente a ganarse el pan, la ropa y otras comodidades, delegando al olvido la misión superior del hombre, de colocarse por encima de todas las cosas por medio de una más elevada concepción del mundo y de la vida.




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