martes, 9 de febrero de 2016

YOLOXOCHITL, LA FLOR DEL CORAZON.



YOLOXOCHITL, LA FLOR DEL CORAZON.
Yoloxóchitl era una niña a quien le gustaban mucho las flores. En su casa cuidaba con esmero sus jardincitos, en el que lucían su exquisita fragancia y sus bellos colores los jazmines, las gardenias, azucenas, el nardo y el azahar, el geranio, el tulipán, la azalea,
las rosas, la violeta, el clavel, el cempasúchil, la dalia, el crisantemo, el heliotropo y el yoloxóchitl o flor del corazón. Sus padres y sus abuelitos y abuelitas la adoraban, pues aparte de hermosa era delicada de sentimientos y le gustaba mucho estudiar.
Las vacaciones las pasaba en el campo, en casa de sus abuelitos. Recogía flores de las praderas y con ellas hacía hermosos ramos que obsequiaba a su familia. Las flores también la adoraban; sus corolas se abrían en tiernas sonrisas a su paso y le decían palabras dulces que enternecían su corazón. Cada primavera, presurosas y alegres se hacían presentes en el jardín, en la pradera y en todas partes para contemplarla y recibir sus mimos y caricias. Entre ellas había una flor blanca, solitaria y misteriosa, delicadamente perfumada, que se llamaba como ella, Yoloxóchitl y que cultivaba. con especial devoción; ésta hermosa flor brotaba entre el denso follaje de un árbol vigoroso plantado en el centro del jardín y su aroma se podía percibir a varias kilómetros de distancia.
Todos los vecinos del pueblo la querían mucho, para todos tenía palabras gentiles y en la escuela también era muy estimada; sobresalía por sus altas calificaciones y su sonrisa inocente ponía una nota de alegría en sus juegos y entretenimientos.
El tiempo pasó y Yoloxóchitl se convirtió en una linda jovencita. Siguió siendo la chica bondadosa, amable y respetuosa a quien todos estimaban y rendían admiración. Una primavera conoció al amor de su vida, con quien vivió un romance apasionado y antes de Navidad de ese año se vistió de novia hermosa, con corona y ramo de azahares. Las flores de primavera siguiente se llenaron de gozo al saber que Yoloxóchitl había contraído nupcias. Vistieron de gala los jardines y la floresta toda roció de perfume los vientos.
Siguió moviéndose la rueda del tiempo. Pasó la primavera y el verano y el otoño refrescó con sus soplos los atardeceres. Llegó el Día de Todos los Santos y la gente se dispuso a recordar a sus fieles difuntos. No se podía ya comprar la cantidad de flores que acostumbraban llevar a sus seres ausentes; apenas alcanzaría cada quién un breve ramo de cempasúchil. Los tiempos eran difíciles; la pobreza reinaba en los hogares; las cosechas se perdieron por el mal tiempo y las plagas. Muchas fábricas y talleres cerraron sus puertas, la escasa producción no se vendía, despidieron a muchos trabajadores y la miseria llevó tristeza a los corazones. Miles de obreros se lanzaron a la huelga y seguidos de sus esposas y sus hijos desfilaron por las calles con voces de protesta por la injusta situación... Yoloxóchitl estaba triste. Su hogar también había sido lastimado por la situación.
Un día fue al mercado a surtirse modestamente de víveres. Curiosa se detuvo en la calle a mirar la multitud enardecida que agitaba pancartas con reclamos de justicia y profería insultos a las autoridades y a los detentadores de la riqueza ... Muy cerca de allí los cuerpos de policía aguardaban con escudos y macanas para repeler algún desorden. Angustiada no encontraba qué hacer, veía los rostros contraídos en rictus de rabia y rencor y eso le causaba profundo dolor. Ella, tan tierna, tan dulce, tan bondadosa, sintió que su mente y su corazón se estremecían de pena... Miró hacia todos los lados buscando qué camino tomar y en un arranque de inspiración brotada de lo más íntimo de su ser corrió al puesto de flores más próximo. Compró con sus escasos recursos todos los claveles, crisantemos, tulipanes y cuantas flores vio, suplicó a sus amigas las vendedoras a que le ayudaran a llevarlas y empezó a repartirlas a todas las mujeres que desfilaban en la manifestación. La sorpresa cundió entre la multitud; al principio, sorprendida la gente rechazaba el presente y fue necesario insistirles varias veces para que aceptara cada quién un ramo. Yoloxóchitl se sumó al mitin.
Nunca se supo de donde salieron tantas flores para tanta gente; pareciera que éstas se multiplicaron por arte de magia. Los bellos colores y el suave aroma que emanaba de sus pétalos alivió la angustia de los rostros y suavizó el ambiente... Brotaron sonrisas de aquellos rostros y el tono de las protestas cambió, sin dejar de ser enérgico exigió mejores condiciones de vida, respeto a los derechos de las mayorías necesitadas, pan y educación para todos como requisito inmediato para una vida mejor.
Al día siguiente regresó al mercado. De pronto un tumulto de mujeres sonrientes, vendedoras que la conocían y estimaban mucho por su lindo carácter, se abalanzaron sobre ella para abrazarla y felicitarla. ¡Se había resuelto la huelga a favor de los trabajadores¡ Las autoridades intervinieron ante los dueños de las factorías y se acordó mejorar las percepciones de los obreros. Las fábricas abrieron de nuevo sus puertas, empezaron a circular vehículos cargados de mercancía hacia todos los destinos, los puestos del mercado empezaron a llenarse de clientes y la sonrisa volvió a iluminar los rostros de las mujeres y los niños...
Los diarios comentaron ese día que nunca antes una manifestación pacífica había logrado tanto. Impresionó a todos que la multitud esgrimiera flores en lugar de palos y piedras y que firme en su decisión de alcanzar mejores niveles de vida exigiera atención de las autoridades. Estas decidieron retirar la policía y dejar libre paso a los manifestantes. Los líderes obreros dijeron discursos enérgicos y bien razonados; de parte de los patrones hubo buena dosis de comprensión y se allanaron las dificultades. No se podía sacrificar a los trabajadores, que son quienes producen la riqueza.
Lo que nadie supo decir es de dónde salieron tantas flores para apaciguar los ánimos exaltados el día anterior. Sólo pudo lograrlo la amiga de las flores, Yoloxóchitl, la flor del corazón.
AURELIO ALTAMIRANO HERNÁNDEZ.      
 México, D.F., junio de 2001.



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