EL PROBLEMA DEMOGRÁFICO DE MÉXICO
Por J. Altamirano Hernández
Desde todos los puntos de vista es
indispensable que uno de los factores determinantes de la prosperidad del
pueblo mexicano, lo sea la buena distribución de su población en el territorio
nacional, al mismo tiempo que una organización económica que haga posible la
intervención fructífera de todos los habitantes en la tarea de incrementar cada
día en mayor escala la producción nacional, en todos los ámbitos del país.
Ni en los lejanos tiempos de la dominación
azteca, ni en tiempo de la colonización española y tampoco en las últimas
épocas, ha habido una buena distribución de pobladores de nuestro país;
concentraciones casi monstruosas en áreas reducidas y por otra parte la
existencia de amplias extensiones pobladas débilmente y otras completamente
deshabitadas, muestran un panorama pleno de desequilibrios que repercuten
perjudicialmente en la economía y la cultura nacional.
En los lugares en los que existen medios
suficientes para condicionar la prospera existencia de amplio número de
habitantes, como son las ricas zonas costeras del país, las tierras feraces del
Sureste y otras cuencas interiores propias para la agricultura y ganadería, no
existen núcleos pobladores y se abandonan al desperdicio de las riquezas
naturales que de otro modo bien aprovechadas, significarían mucho en la
integración del poderío económico y la cultura de la nación. En cambio, en
donde se han practicado exhaustivas explotaciones de los recursos naturales e
incluso hasta en lugares en que una inexplicable adhesión al medio geográfico
que no prometen nada, mantiene a poblaciones de vida precaria, se encuentran
elevadas cifras demográficas, y todo revela la falta de normas
económico-políticas que hagan posible una buena distribución de la población mexicana.
Fundamentalmente el problema tiene que
remitirse a una causa primaria que es la carencia de medios para procurar la
explotación provechosa de los recursos naturales, la falta de centros de
trabajo y de cultura en los diversos puntos del territorio nacional, y por tal
motivo, la afluencia desproporcionada de individuos a los pocos lugares con más
desarrollada vida material y cultural.
El ejemplo lastimoso de la ciudad de
México, con características de ciudad monstruosa, en donde se codean la miseria
más desesperante con la más ostentosas de las riquezas materiales, el
analfabetismo con las altas manifestaciones de cultura, los sistemas más
modernos en el desarrollo de la industria y del comercio con las más
elementales y hasta ridículas actividades en el mimo renglón, es la muestra más
visible de la realidad que se observa en el país si se mira serenamente el
desenvolvimiento de nuestra vida social.
Se encuentra superpoblada la capital de la
República, porque solamente aquí, en la ciudad, se puede encontrar en mayor
número las fuentes de trabajo y los centros de preparación técnica profesional
y subprofesional y porque, como es natural, aquí se encuentra el centro
director de las actividades políticas que en cierto modo han servido y sirven
de “modus vivendi” a gran número de personas.
Se impone la necesidad de conducir las
realizaciones materiales que buscan el progreso de México hacia el ideal de
constituir hasta en los más apartados rincones del país, las fuentes de trabajo
y de saber que atraigan a su seno a la población que hoy se reconcentra en
pocas ciudades y de llegar, incluso a modificar, si es necesario, la
legislación nuestra para reglamentar, con base en la necesidad de procurar el
bienestar social, la distribución de la población mexicana.
No se debe partir de la tesis de que el
mexicano es libre de radicar en donde le dé la gana, al analizar el problema
demográfico nacional, sino de la idea de que el individuo debe instalarse
necesariamente en el medio geográfico y cultural que mejor convenga a su
interés de vivir en buenas condiciones y de contribuir al mismo tiempo al
procuramiento del bienestar común.
Muchos individuos viven, equivocándose, en
el ambiente citadino, con la creencia de que no causan perjuicios a la
colectividad con el simple hecho de su inadaptabilidad al medio, creyéndose
muchas veces hasta necesarios en la situación, cuando en realidad desperdician
sus energías que en otras regiones del país producirían magníficas
realizaciones, y gastan inútilmente los satisfactores reservados a los que
desarrollan actividades que realmente encuentran ambiente propio únicamente en
la metrópoli.
El hecho incontrovertible de la escasez de
fuentes de trabajo y de estudios superiores en la provincia, se ha querido
explotar, hasta en los planos ya injustificados, para explicar la desmesurada
inmigración de provincianos a la capital, lo cual no tiene razón de ser, por
que salta a la vista que no todos los inmigrantes, incluyendo los extranjeros,
son precisamente capaces para los trabajos que se desarrollan en la ciudad y la
afluencia, por ejemplo, de estudiantes con bajo nivel de aptitud para los
estudios superiores produce una crecida superpoblación escolar que repercute en
deficiencias de la educación y en la producción desmedida de profesionales
mediocres.
No se quiere, por supuesto, limitar sin
consideraciones serias, la población en la ciudad de México, como caso
concreto, pero sí se debe tener en cuenta que la libertad de radicar en un
lugar está condicionada no solo por el interés particular sino por algo que
está encima de todo eso y que es el interés colectivo, y que existe el
imperativo de cultivar el espíritu emprendedor en el mexicano, para que vuelva
sus ojos a la provincia, hoy desangrada y contribuya patrióticamente a crear y
utilizar centros productivos allá, y afirmarse en los lugares nativos, sin
mengua de sus relaciones económicas y culturales con los demás lugares de la
geografía, como paso para afirmar la nacionalidad en todo el país y estructurar
una prosperidad orgánica que tanta falta hace a la nación.
NOVEDADES, 12 DE JULIO DE 1957.
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