lunes, 22 de agosto de 2016

PRESENCIA DEL MÉXICO POBRE



PRESENCIA DEL MÉXICO POBRE
                                                                         Por Aurelio Altamirano Hernández.

            Hay un  México de rascacielos, de mansiones señoriales, de parques y jardines primorosos; de flamantes carreteras y automóviles lujosos; de fábricas humeantes y campos bien cultivados. Un México donde la gente vive bien; donde se encuentran hombres y mujeres que pueden alternar con lo más granado de la aristocracia del talento y la virtud y hasta una sociedad en cuyo seno la aristocracia del dinero se da ínfulas de señorío.
           
            Pero hay también un México enclenque, minado por la miseria, la insalubridad y la ignorancia…el México de los barrios pobres, donde se amontonan los desheredados en una desesperada lucha por la existencia, donde el pueblo -- ese pobre pueblo tan explotado por propios y extraños -- apenas vegeta en viviendas miserables, enclavadas en polvosas calles; donde el objeto primordial de toda lucha resulta ser, para desgracia de muchos, únicamente la satisfacción de necesidades elementales, que no determina, en resumidas cuentas, un avance halagador…El México rural, hecho de jacales inhóspitos, de veredas casi intransitables, de parcelas apenas rasguñadas por arados de palo; un pueblo carente de suficientes escuelas y de maestros bien pagados, un pueblo de gente descalza, que viste mal, que se alimenta mal y que soporta contra su voluntad la nociva influencia de los cacicazgos, las imposiciones y las discriminaciones de una política contrarrevolucionaria.

            ¿Por qué debemos culpar a la geografía de los males que padecemos?...
Porque no somos desafortunados en cuanto se refiere a los recursos materiales con que ha sido dotado nuestro país por la naturaleza. Una extraña combinación de circunstancias del medio ambiente y de la idiosincrasia del mexicano actual, nos ha conducido a una situación material y moral que a duras penas satisface los requerimientos mínimos necesarios para catalogar al pueblo nuestro entre los de mejor desarrollada vida económica y cultural.

            Sin embargo de los grandes avances que se han realizado en la tarea de consolidar la prosperidad común, el pueblo mexicano está muy lejos todavía de la meta que se han fijado sus más significativos movimientos revolucionarios; mas, no por ello, debe desencantarnos la dura realidad; al contrario, debe servir la hostilidad de las fuerzas que retrasan el progreso común, como estimulo a la capacidad creadora del mexicano. Los problemas nacionales reclaman una atención urgente. Es necesario no cruzarse de brazos ante los hechos negativos que amenazan retrasar una vez más la consolidación de la democracia en nuestro país y, en esta situación, es donde se hace imprescindible el concurso de todas las corrientes de influencia positiva para orientar las energías hacia la integración de una nación próspera, vigorosa, floreciente, cuyo concurso en la tarea de afirmar una paz duradera y una prosperidad internacional se signifique en planos elevados.

            México es el país de los contrastes dolorosos, como corresponde a su vida semicolonial  y de escaso desarrollo económico y político, pero no todo el tiempo México va a estar subordinado a las corrientes negativas internacionales a cuya influencia no ha podido escapar todavía. Estamos colocándonos en situaciones ventajosas, respecto a otras naciones americanas -- y no debe esto servir para crearnos un obscuro sentimiento de superioridad--; debemos confirmar este progreso mediante la cotidiana preocupación de elevar las condiciones de vida del pueblo.

            No dejar prosperar al latifundismo, condicionar una próspera producción del campo mediante una política económica adecuada que beneficie directamente a los campesinos; proporcionar al obrero los medios que hagan posible su participación como elemento directivo del progreso industrial pues es él el que crea la riqueza con su trabajo; crear más escuelas y formar mejores maestros; es tarea urgente para cuya realización se requiere un hondo sentido de responsabilidad social del pueblo y de sus gobernantes.

            Cuando se den soluciones adecuadas a los problemas de la alimentación y de la vivienda del pueblo; cuando desaparezcan de la escena nacional los niños hambrientos que visten harapos y viven en el más doloroso desamparo, habremos dado un paso en firme hacia la consolidación de nuestros mejores ideales revolucionarios. Mientras sigan existiendo mendigos en nuestras calles, mientras se queden cada año muchos miles de niños sin escuelas y los maestros padezcan sueldos de hambre e incomprensiones de la política; mientras los campesinos sigan siendo víctimas de los caciques pueblerinos y de los malos políticos que manejan los hilos de la política rural desde sus cómodos sillones en la ciudad y mientras los obreros sigan siendo víctimas de los atracos de líderes deshonestos no dejaremos de clamar con indignación contra la situación reinante y en pro del advenimiento de una nueva etapa revolucionaria más trascendental, más honda, más radical.









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