PRESENCIA
DEL MÉXICO POBRE
Por Aurelio Altamirano Hernández.
Hay un México de rascacielos, de mansiones
señoriales, de parques y jardines primorosos; de flamantes carreteras y
automóviles lujosos; de fábricas humeantes y campos bien cultivados. Un México
donde la gente vive bien; donde se encuentran hombres y mujeres que pueden
alternar con lo más granado de la aristocracia del talento y la virtud y hasta
una sociedad en cuyo seno la aristocracia del dinero se da ínfulas de señorío.
Pero hay también un México
enclenque, minado por la miseria, la insalubridad y la ignorancia…el México de los
barrios pobres, donde se amontonan los desheredados en una desesperada lucha
por la existencia, donde el pueblo -- ese pobre pueblo tan explotado por
propios y extraños -- apenas vegeta en viviendas miserables, enclavadas en
polvosas calles; donde el objeto primordial de toda lucha resulta ser, para
desgracia de muchos, únicamente la satisfacción de necesidades elementales, que
no determina, en resumidas cuentas, un avance halagador…El México rural, hecho
de jacales inhóspitos, de veredas casi intransitables, de parcelas apenas
rasguñadas por arados de palo; un pueblo carente de suficientes escuelas y de
maestros bien pagados, un pueblo de gente descalza, que viste mal, que se
alimenta mal y que soporta contra su voluntad la nociva influencia de los cacicazgos,
las imposiciones y las discriminaciones de una política contrarrevolucionaria.
¿Por qué debemos culpar a la
geografía de los males que padecemos?...
Porque
no somos desafortunados en cuanto se refiere a los recursos materiales con que
ha sido dotado nuestro país por la naturaleza. Una extraña combinación de
circunstancias del medio ambiente y de la idiosincrasia del mexicano actual,
nos ha conducido a una situación material y moral que a duras penas satisface
los requerimientos mínimos necesarios para catalogar al pueblo nuestro entre
los de mejor desarrollada vida económica y cultural.
Sin embargo de los grandes avances
que se han realizado en la tarea de consolidar la prosperidad común, el pueblo
mexicano está muy lejos todavía de la meta que se han fijado sus más
significativos movimientos revolucionarios; mas, no por ello, debe
desencantarnos la dura realidad; al contrario, debe servir la hostilidad de las
fuerzas que retrasan el progreso común, como estimulo a la capacidad creadora
del mexicano. Los problemas nacionales reclaman una atención urgente. Es
necesario no cruzarse de brazos ante los hechos negativos que amenazan retrasar
una vez más la consolidación de la democracia en nuestro país y, en esta
situación, es donde se hace imprescindible el concurso de todas las corrientes
de influencia positiva para orientar las energías hacia la integración de una
nación próspera, vigorosa, floreciente, cuyo concurso en la tarea de afirmar
una paz duradera y una prosperidad internacional se signifique en planos
elevados.
México es el país de los contrastes
dolorosos, como corresponde a su vida semicolonial y de escaso desarrollo económico y político,
pero no todo el tiempo México va a estar subordinado a las corrientes negativas
internacionales a cuya influencia no ha podido escapar todavía. Estamos
colocándonos en situaciones ventajosas, respecto a otras naciones americanas --
y no debe esto servir para crearnos un obscuro sentimiento de superioridad--;
debemos confirmar este progreso mediante la cotidiana preocupación de elevar
las condiciones de vida del pueblo.
No dejar prosperar al latifundismo,
condicionar una próspera producción del campo mediante una política económica
adecuada que beneficie directamente a los campesinos; proporcionar al obrero
los medios que hagan posible su participación como elemento directivo del
progreso industrial pues es él el que crea la riqueza con su trabajo; crear más
escuelas y formar mejores maestros; es tarea urgente para cuya realización se
requiere un hondo sentido de responsabilidad social del pueblo y de sus
gobernantes.
Cuando se den soluciones adecuadas a
los problemas de la alimentación y de la vivienda del pueblo; cuando
desaparezcan de la escena nacional los niños hambrientos que visten harapos y
viven en el más doloroso desamparo, habremos dado un paso en firme hacia la
consolidación de nuestros mejores ideales revolucionarios. Mientras sigan
existiendo mendigos en nuestras calles, mientras se queden cada año muchos
miles de niños sin escuelas y los maestros padezcan sueldos de hambre e incomprensiones
de la política; mientras los campesinos sigan siendo víctimas de los caciques
pueblerinos y de los malos políticos que manejan los hilos de la política rural
desde sus cómodos sillones en la ciudad y mientras los obreros sigan siendo
víctimas de los atracos de líderes deshonestos no dejaremos de clamar con
indignación contra la situación reinante y en pro del advenimiento de una nueva
etapa revolucionaria más trascendental, más honda, más radical.
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