sábado, 24 de octubre de 2015

BIIDA NACIA. La partera del pueblo.


BIIDA NACIA. La Partera del Pueblo.

La conocimos como Biida Nacia. Biida  se dice en zapoteco a la abuelita –su nombre verdadero era Ignacia y nunca supimos sus apellidos—; delgada, un poco más morena y alta que las mujeres del pueblo, cabello ensortijado, nariz un poco prominente, revelaba una lejana ascendencia  afrozapoteca .Vivía en una casita situada en la loma de la tercera sección (actual parte de la 2ª),y era la partera más reconocida del  pueblo; había asistido a la mayoría de las  mamás en los trabajos de parto y la verdad que todo mundo le estaba muy agradecido por sus conocimientos y habilidades. Desde que tengo memoria recuerdo que mi mamá me dijo que la saludara siempre con mucho cariño como si fuera mi verdadera abuelita, y así lo hice en toda ocasión que me la encontraba. Ya en uso de razón me platicó mi mamá que Biida Nacia fue la partera que la ayudó a traerme al mundo.
Un amigo de la infancia me hizo el siguiente relato de una de las proezas de Biida Nacia:
Las señales preliminares del parto aparecieron alrededor del mediodía.  Por algún motivo fueron  aceptados  al principio los servicios de una partera vecina que se ofreció a atender el parto. Un médico sólo se encontraba a más de 40 kilómetros, en Ixtepec ó Juchitán. Quizás pensarían mis padres que siendo  el quinto alumbramiento  y que ninguno de los anteriores había ocasionado problemas, éste que se anunciaba iba a resultar  igual y sin complicaciones. Transcurrieron las horas y los signos y síntomas  del próximo alumbramiento se hicieron evidentes. Los recursos elementales estaban preparados: abundante agua hervida, jabones, alcohol, agua oxigenada, aceite, toallas y sábanas. También una cinta  roja, que se usaba para atar el ombligo, pues la sabiduría popular conocía que  la cinta    estaba teñida  con  un colorante químico  de propiedades antisépticas. Estaba demostrado que los orificios practicados en los lóbulos de la oreja s de las mujeres para colgar los aretes no se infectaban si se dejaban cicatrizar colocándoles un hilo rojo.
Ya entrada la noche se hizo preocupante la situación. La partera puso en práctica sus sin duda escasos conocimientos; ensayó posturas, masajes en el vientre, fomentos y quién sabe cuánto más sin ningún resultado. Las horas transcurrían y la angustia empezó a apoderarse  de la familia reunida. Mi abuela materna, mujer de carácter decidido, ante la incompetencia de la partera que se declaró impotente, ordenó llamar urgentemente a Biida Nacia, su partera preferida, quien acudió presurosa y se hizo cargo de la situación. Sus primeras palabras fueron de aliento y esperanza para la parturienta que estaba casi al límite de su resistencia. La  examinó cuidadosamente, se aseguró de que el material necesario   estuviera en orden y salió de la estancia. Llamó aparte a mi padre y con voz queda y muy seria le dijo que el caso estaba muy difícil, pero que iba a hacer todo lo posible para salvar la situación.  Regresó presurosa a atender a la parturienta. Palpó el vientre adolorido, acomodó  la criatura como mejor pudo pues ésta venía en posición podálica, es decir, con los pies por delante. Quién sabe cuántas maniobras habrá realizado Biida Nacia en tan apremiante situación. Recordó sin duda su experiencia de cientos de casos, algunos tan difíciles como el actual.
Los minutos transcurrieron tensos. Hacia la medianoche la sorpresa conmocionó a los presentes. El grito de triunfo del recién nacido llenó la casa y los más no pudieron contener las lágrimas de alegría. La partera anunció emocionada que había nacido un robusto varón, a quien previamente  había propinado una buena nalgada  --bien merecida--, para provocar el llanto. Eran los primeros minutos del 12 de noviembre de 1933.



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