BIIDA NACIA. La Partera
del Pueblo.
La conocimos como Biida
Nacia. Biida se dice en zapoteco a
la abuelita –su nombre verdadero era Ignacia y nunca supimos sus apellidos—;
delgada, un poco más morena y alta que las mujeres del pueblo, cabello
ensortijado, nariz un poco prominente, revelaba una lejana ascendencia afrozapoteca .Vivía en una casita situada en
la loma de la tercera sección (actual parte de la 2ª),y era la partera más
reconocida del pueblo; había asistido a
la mayoría de las mamás en los trabajos
de parto y la verdad que todo mundo le estaba muy agradecido por sus conocimientos
y habilidades. Desde que tengo memoria recuerdo que mi mamá me dijo que la
saludara siempre con mucho cariño como si fuera mi verdadera abuelita, y así lo
hice en toda ocasión que me la encontraba. Ya en uso de razón me platicó mi
mamá que Biida Nacia fue la partera
que la ayudó a traerme al mundo.
Un amigo de la infancia me hizo el siguiente relato de una de
las proezas de Biida Nacia:
Las señales
preliminares del parto aparecieron alrededor del mediodía. Por algún motivo fueron aceptados
al principio los servicios de una partera vecina que se ofreció a
atender el parto. Un médico sólo se encontraba a más de 40 kilómetros, en
Ixtepec ó Juchitán. Quizás pensarían mis padres que siendo el quinto alumbramiento y que ninguno de los anteriores había
ocasionado problemas, éste que se anunciaba iba a resultar igual y sin complicaciones. Transcurrieron
las horas y los signos y síntomas del
próximo alumbramiento se hicieron evidentes. Los recursos elementales estaban
preparados: abundante agua hervida, jabones, alcohol, agua oxigenada, aceite,
toallas y sábanas. También una cinta
roja, que se usaba para atar el ombligo, pues la sabiduría popular
conocía que la cinta estaba teñida
con un colorante químico de propiedades antisépticas. Estaba
demostrado que los orificios practicados en los lóbulos de la oreja s de las
mujeres para colgar los aretes no se infectaban si se dejaban cicatrizar
colocándoles un hilo rojo.
Ya entrada la noche se
hizo preocupante la situación. La partera puso en práctica sus sin duda escasos
conocimientos; ensayó posturas, masajes en el vientre, fomentos y quién sabe
cuánto más sin ningún resultado. Las horas transcurrían y la angustia empezó a
apoderarse de la familia reunida. Mi
abuela materna, mujer de carácter decidido, ante la incompetencia de la partera
que se declaró impotente, ordenó llamar urgentemente a Biida Nacia, su partera
preferida, quien acudió presurosa y se hizo cargo de la situación. Sus primeras
palabras fueron de aliento y esperanza para la parturienta que estaba casi al
límite de su resistencia. La examinó
cuidadosamente, se aseguró de que el material necesario estuviera en orden y salió de la estancia.
Llamó aparte a mi padre y con voz queda y muy seria le dijo que el caso estaba
muy difícil, pero que iba a hacer todo lo posible para salvar la
situación. Regresó presurosa a atender a
la parturienta. Palpó el vientre adolorido, acomodó la criatura como mejor pudo pues ésta venía
en posición podálica, es decir, con los pies por delante. Quién sabe cuántas
maniobras habrá realizado Biida Nacia en tan apremiante situación. Recordó sin
duda su experiencia de cientos de casos, algunos tan difíciles como el actual.
Los minutos
transcurrieron tensos. Hacia la medianoche la sorpresa conmocionó a los
presentes. El grito de triunfo del recién nacido llenó la casa y los más no
pudieron contener las lágrimas de alegría. La partera anunció emocionada que
había nacido un robusto varón, a quien previamente había propinado una buena nalgada --bien merecida--, para provocar el llanto.
Eran los primeros minutos del 12 de noviembre de 1933.
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